_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Constitución y condones

Parece que algunas personas acatan la Constitución por partes, a capricho del consumidor. De este modo, la Carta Magna estaría en vigor en lo relativo al régimen autonómico, pero no en lo que atañe a la bandera estatal. Una bandera que no es la de Franco: la enseña dictatorial tenía una inquietante águila negra y unos tentáculos falangistas, mientras que la bandera monárquica alberga un escudo distinto, mucho más amable y cromático. Identificar la bandera constitucional con la del régimen anterior es una muestra de grave ignorancia y también un desaire a los ciudadanos que sancionaron este símbolo, masiva y democráticamente, en 1978. La bandera es, pues, de todos y precisamente por eso ningún partido puede apoderarse de su significado. Tampoco preconizar un uso zarzuelero y vetusto de este símbolo, como se proponen en Madrid. Normalidad, toda; estridencia, ninguna. El mejor homenaje a la bandera sería verla ondear pacíficamente en todos los edificios públicos, tal y como establece la ley. No menos anómalo que ignorar la bandera constitucional es ocultar el nombre de nuestro territorio. Hay gentes que por no decir la palabra España -la que pronunciaron con naturalidad Unamuno, Valle-Inclán, la Pasionaria, Picasso, Cambó o Manuel Azaña- utilizan la acepción 'Estado español', que estiman menos pecaminosa, y con ello se convierten en continuadores de la obra léxica de Franco, que fue el difusor de ese lúgubre binomio. Mas no por ello nuestro país dejará de llamarse España, que es el nombre que establece la Constitución actual y también todas las anteriores, desde la liberal de 1812. Sucede con esto algo parecido a lo que pasó con la normalización de la venta de condones, otra oportuna victoria de la democracia. Recuerdo un anuncio pionero en el que un famoso presentador de televisión entraba en una farmacia y, ajeno a las asechanzas de los celadores de la moral, -confesional o no-, compraba una caja de condones, miraba luego hacia la cámara y decía, dueño de sí: 'Y no pasa nada'. Y es que no pasa nada por respetar el nombre constitucional de España.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_