'Colonización' y autonomía
Se ha dicho muchas veces -y se comprueba cada día- que la competencia es la madre de la ciencia. Por eso la irrupción de la televisión en la segunda mitad del siglo pasado, invadiendo un terreno reservado hasta entonces a la prensa escrita y a la radio, debía comportar un aumento del volumen y de la calidad de la información disponible para los ciudadanos, así como, en otro terreno, una mayor oferta de ocio y entretenimiento.
Pero el factor dinamizador de la competencia se ha visto limitado por otros fenómenos, como el monopolio que -en Europa- han tenido los estados sobre la televisión. Cuando en 1982 EL PAÍS inicia su edición en Barcelona -y poco después Felipe González obtiene la mayoría absoluta-, en España había sólo una televisión, controlada por el gobierno de turno. Pero las cosas cambian. El Estado autonómico se consolida, España entra en la UE y permanece en la OTAN, y el comunismo se desmorona. Y cuando Felipe González sufre la dulce derrota, TVE está acompañada por cinco televisiones autonómicas y tres cadenas de televisión privada. Sin olvidar la interesante aparición de televisiones locales, públicas y privadas, que buscan su lugar al sol y mecanismos de colaboración y asociación.
Y si la competencia es la madre de la ciencia, la calidad y la pluralidad de la información en televisión tendría que haber crecido de forma exponencial. Y la prensa escrita tendría que haber dado un gran salto hacia adelante para no perder terreno ante la televisión. ¿Ha sucedido realmente así? La verdad es que sólo muy parcialmente. ¿Por qué? Primero, porque las televisiones autonómicas han imitado, en mayor o menor grado, el mecanismo de sujeción al poder político que ha seguido caracterizando a TVE ininterrumpidamente durante todo este periodo. Segundo, porque las televisiones privadas están sometidas desde 1996 a un intento de colonización por parte del poder político. Este fenómeno se produce de diferentes maneras: guerra digital contra el canal que se considera rebelde al Gobierno; arbitrariedad en los mecanismos de concesión de radios y televisiones digitales (es una vergüenza que 18 meses después toda este proceso se haya demostrado una mascarada impresentable y no haya ninguna investigación parlamentaria); compra de una cadena de televisión (Antena 3) por una empresa privatizada que, mientras su cotización bursátil se desploma, pone su filial de medios de comunicación al servicio del poder político, y, quizá no finalmente, presencia importante de Berlusconi, el gran aliado de Aznar, en el tercer canal, Telecinco, donde curiosamente fue introducido por los socialistas cuando el hoy primer ministro italiano era aliado mediático de Craxi.
Y este fenómeno de colonización no es seguro que no haya contaminado también la prensa escrita. El remedio no está en el falso dilema: televisión pública o televisión privada. La televisión pública no puede estar al servicio del partido gubernamental de turno (que siempre quiere eternizarse), ni siquiera del conjunto de los partidos democráticos, sino que debe tener autonomía dando presencia sustantiva en sus órganos de gobierno a la sociedad civil y a los profesionales independientes (estudiemos el modelo de la BBC). Y la televisión privada no aportará mucho a la sociedad si no tiene a su frente a empresarios con suficiente personalidad y solvencia económica como para no necesitar cada semana del favor gubernamental. Y si hay carencia de empresarios al frente de la televisión privada, es muy posible que la sujeción al poder político se extienda a la radio y la prensa escrita.
El control orwelliano de la información es una preocupación en la España de los inicios del siglo XXI.
Juan Tapia es director general de Barcelona Televisió.
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