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Columna
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Placebos rentables

El lector de periódicos -que al fin y al cabo es el único ciudadano presuntamente informado- habrá reparado estos días en que tanto el Consell Valencià de Cultura como la Acadèmia Valenciana de la Llengua ocupan espacios inusuales en los medios informativos. En principio, parece lógico que así sea, pues estando a comienzos de curso procede que se presenten proyectos y programas de trabajo, o bien novedades que hayan cuajado a lo largo del verano en esos olimpos de celebridades que han de lidiar con alguno de los conflictos intestinos que nos desgarran.

Sin embargo, a poco que nos apliquemos a las noticias prolijamente difundidas caemos en la cuenta de que ninguna de las dos instituciones apremia con logros o iniciativas de calado cultural. La Acadèmia, mediante una ingeniosa finta, se desentiende de dictaminar sobre la idoneidad lingüística de los libros de texto, pues según alega carece de una gramática y un diccionario consensuados. En tanto no habilite estos instrumentos invierte su tiempo y afanes en asuntos más primarios, cuales son el presupuesto económico del próximo ejercicio y las opulentas retribuciones de sus ilustres rectores. Lo demás llevará su tiempo y puede esperar.

El Consell, por su parte, cansado probablemente de estar mano sobre mano a la espera de que se le movilice para emitir algún informe, ha optado con buen tino por ocuparse de la mejora de sus dietas incrementando en un 80% el referido capítulo y en porcentajes espectaculares otros apartados que no caerán en bolsillos rotos. Muy bueno lo suyo. ¿Acaso están sometidas estas eminencias a la Ley del Bronce o a la austeridad que nos aflige a los currantes de pan llevar? ¡Pues sí que ha de importarles el encogimiento del mercado laboral y los salarios menguantes que rigen! Lo que les incumbe es pensar en abstracto y parir papeles de sublime utilidad si se les brinda una oportunidad para ello.

Y no lean en estas líneas un juicio crítico o malicioso. Las referidas instituciones son perfectamente legítimas y sus miembros -de reconocida valía intelectual, con las debidas y espectaculares excepciones- tienen derecho a una nómina generosa. Por la dignidad del cargo, pero, sobre todo, por la ingrata, aunque sin duda patriótica, función que desempeñan: ejercer de placebos para atenuar no pocos de nuestros alifafes culturales colectivos. No solucionan ninguno, pero alientan la ilusión de que pueden hacerlo, lo que permite que los políticos se remitan a esas instancias y aplacen los problemas sin involucrarse en las reyertas. Un servicio impagable fruto del ingenio de Ciprià Ciscar, en punto al Consell, y de Eduardo Zaplana, por la Acadèmia.

Otra virtud hemos de subrayar en estos entes civiles: su transparencia. De manera voluntaria o forzada, la verdad es que apenas ocultan los gastos y estipendios que se reparten. A diferencia de otros entes y organismos, ciertamente opacos, en los mentados siempre se acaba sabiendo quiénes se levantan con la sartén y su mango, sin que hayamos percibido signos de rubor o mortificación en los individuos. Si afloraron en alguien, dimitió. No se avino con el papel de placebo, este invento a la par que chollo con el que obsequia a sus aguerridos celebrantes y se da el pego a la sociedad.

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