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Columna
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Mañana rota

Era media mañana en la ciudad y me tomaba la licencia de dejar pasar el tiempo como quien anda libre de obligaciones, porque creo que darse a pequeños placeres es, no solo justo, sino necesario para mirar alrededor con un punto de objetividad. Entiendo absolutamente la mirada amarga, subjetiva, de quienes la vida priva de cualquier clase de placer, de quienes por no tener, no tienen ni ganas de tener, a fuerza de no contar nunca en ningún reparto de los bienes de la vida. Me cuesta sin embargo aceptar la amargura de salón, la pasión por la descalificación de todo lo que no entre en los estrechos márgenes de su interpretación de lo bueno y de lo malo, de quienes llegan siempre a tiempo de todo y sin embargo nunca parecen contentos. En fin, me daba al pequeño placer de pasear mirando escaparates, cuando la mañana bullía en la ciudad. La nueva colección de lencería de uno de los escaparates me llevó dentro de la tienda. Gran disfrute: prendas bonitas a precio precioso, es decir bajo. Me llevé un conjuntito. Caminaba hacia la caja contenta de mi adquisición, miraba la forma, el color y el precio, disfrutando de mi pequeño contento. En la caja dos dependientas charlaban. Me seguía gustando la mañana y trataba de imaginar el efecto del conjunto, la imagen que me devolvería el espejo en casa, en fin, todo inocente y amable. De pronto reparo en la conversación. Las chicas hablaban de las inmigrantes rumanas, gitanas, que estaban sentadas en el suelo un poco más arriba de la calle, se quejaban de lo molesto que era pasar entre las gitanas, esa 'mafia', decía la chica, que se quejaba de lo que afeaban la calle, de lo incómoda que estaba; en fin, ya lanzada, aseguraba que la gente no iba a las tiendas de la calle por culpa de las rumanas que andaban por allí, pidiendo o sentadas en el suelo. La miré y entonces ella creyó que yo la estaba comprendiendo y añadió poniendo cara de asco: '¡Y, además, es horrible el olor que dejan!' Se me rompió la mañana pero no fue importante, lo importante venía de antes y siguió luego, cuando al pasar al lado de las gitanas, vi, en su actitud, la tristeza de todas sus mañanas rotas.

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