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Columna
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Feriario

En la última semana ha tenido lugar el acontecimiento ferial más importante de la Comunidad Valenciana. Se trata de la Feria Internacional del Mueble que se hace coincidir con las de iluminación (Fiam), y vidrio y cerámica decorativa (Cevider). No hay que esforzarse mucho para comprobar que el clima ferial valenciano no es una balsa de aceite. Se advierten disconformidades, más de una queja y el lamento de que las ferias, al menos en Valencia, se alejan del espíritu que las inspiró en su origen, allá por 1917, y del que las ha venido animando a lo largo de sus ochenta y cinco años de existencia.

La Feria de Valencia nació municipal y avalada por el impulso de los gremios. La organización gremial hoy no ha desaparecido completamente, porque sobrevive Unión Gremial con sus quebraderos de cabeza. Pero sobre todo se ha transformado en asociaciones y federaciones empresariales que tienen su correspondiente peso sectorial y todos juntos, la fuerza de ser el motor de la iniciativa privada empresarial que sustenta la economía.

No hay otra realidad distinta de esta. Las ferias se han convertido en un incentivo turístico de primera magnitud, vital para la hostelería y la restauración. Y su raíz sigue siendo municipal, tal como lo demuestra que el patronato que rige sus destinos está presidido por la primera autoridad de la ciudad. Nació de la iniciativa de la sociedad civil de la ciudad. Y nadie debe perder de vista que ahí reside su fortaleza y su razón de ser.

Las ferias y su institución son un pilar de la economía valenciana, herederas de la brillante tradición comercial que ha movido el quehacer económico valenciano. Las ferias son municipales y deben seguir siéndolo. No se definen ni se califican principalmente por sus edificios ni por el fenómeno constructor. Si se quedan únicamente en la cáscara pueden convertirse en jaulas de oro para una actividad de negocio que acaba dirigiéndose a otros foros más baratos y menos complejos. La feria, finalmente, es una entidad de servicios de la ciudad para los agentes económicos. Sería difícil delimitar exactamente la propiedad moral del recinto. Durante más de ocho décadas, los empresarios, muy principalmente, y el erario público, han invertido en ella muchos millones de pesetas y euros.

El curso ferial de la ciudad de Valencia se ha iniciado este año con la competencia de Barcelona y Madrid. Volverán las letanías acerca del número de visitantes y la cantinela del volumen de negocio que se fragua en cada muestra. Pero el empresario es el que tiene la experiencia cierta de unos resultados comerciales que, a menudo, son cruciales para afrontar el próximo ejercicio pisando fuerte.

Las ferias y los sectores que las sustentan también tienen problemas y quieren que se les escuche a la hora de enfocar los certámenes o de nombrar sus comités organizadores. Cada feria tiene sus peculiaridades y nadie mejor que los empresarios para opinar y dirigir sus certámenes. Y las ferias, en ningún caso, pueden limitarse a ser cajas de resonancia política, mientras acucian inquietudes económicas reales. El futuro depende de que todos estos interrogantes se resuelvan respetando el sentido de las cosas y de las instituciones.

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