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Columna
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Mística

La ciencia moderna ha entrado ya en contacto con la mística. Constituye la forma más pura de sobrevolar el estercolero de la humanidad. De hecho en los periódicos esa sección es la más poética. En medio de la política sucia, de los crímenes de guerra, de la basura cultural que nos nutre, los últimos avances científicos que uno lee cada día a la hora del desayuno bajo el aroma del café suponen una conquista divina y son también un alimento exquisito si se une a las tostadas. Subí tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance, dice el cántico de San Juan de la Cruz. Probablemente él pensaría en una perdiz roja, tal vez en una paloma torcaz, pero la torre de marfil donde antes se refugiaban los poetas incontaminados hoy llega hasta Marte y desde cualquiera de sus almenas pueden disparar el arco sobre los ángeles de litio que vuelan el vacío. La ciencia es también la última forma de compromiso, incluso de rebeldía. Nadie te podrá acusar de evadirte de los problemas de este perro mundo si abordas un cohete espacial y pones la esperanza en las estrellas. Y si aun te gusta la revolución, puedes hacerte militante de los embriones congelados, porque la mística moderna tiene dos frentes: uno llega hasta los minerales de Dios concentrados en el dedo gordo de su pie donde se apoya el universo y el otro rueda sobre el eje helicoidal del genoma. Por mi parte acostumbro a leer en el periódico las aventuras de la física y de la química con la misma devoción religiosa con que leo los prospectos que acompañan a las medicinas que compro en la farmacia. En estos prospectos doblados sobre las píldoras me entero de lo unidos que están a mi alma los fosfatos, el calcio y el magnesio, hasta el punto que sin ellos ni siquiera existiría la muerte. De hecho suelo leer estos papeles arrodillado unas veces en el cuarto de baño, otras en un reclinatorio frente a una pared blanca. De momento el espacio sideral está libre de culpa. Los moralistas no ponen ningún impedimento a que los científicos busquen bacterias irredentas e inmortales en el punto más lejano de nuestra galaxia. No sucede lo mismo si se adentran en el abismo misterioso de la carne. El genoma linda ya con el pecado. Cuando en los ejercicios espirituales se hablaba de la introspección del alma, entonces al neófito le faltaban datos para atravesar la primera capa de esta cebolla, pero hoy puede volar a Marte metido en una cafetera de aluminio y desde allí bajar hasta el último sótano de sí mismo donde los átomos están bailando.

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