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Columna
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Expresión de impotencia

En una larguísima entrevista publicada el lunes de esta semana en Financial Times, la asesora de seguridad del presidente Bush, Condoleezza Rice, se refería de pasada a la comparación que la ministra alemana de Justicia había hecho entre Bush y Hitler en los momentos finales de la campaña de las elecciones generales germánicas. Condoleezza Rice sabía en el momento en que concedió la entrevista que la ministra alemana se había dado cuenta de la metedura de pata en el mismo instante en que hizo la comparación y que se corrigió sobre la marcha, razón por la que el comentario no apareció de forma generalizada en los medios de comunicación, sino únicamente en uno, que no dio por buena la rectificación de la ministra. De ahí que la asesora de seguridad americana no cargara las tintas contra el comentario de la ministra alemana, pero si afirmara, de pasada, que lo que resultaba intolerable es que en la misma frase se yuxtapusieran los nombres de Hitler y Bush. La mera yuxtaposición, venía a decir, es ya un insulto, en la medida en que significa poner en el mismo plano un presidente de un Estado democrático con el dictador de un estado fascista. Esto es lo que ninguna rectificación puede borrar. Como es sabido, esa misma conclusión es la que se ha extraído en Alemania, en la que la ministra ha sido destituida.

'La actuación del grupo popular el pasado jueves en la Cámara andaluza fue la típica de un grupo marginal, casi extraparlamentario, y no la propia del primer partido de la oposición'

Este comentario de Condoleezza Rice fue el que se me vino inmediatamente a la cabeza cuando el mismo lunes oí en la radio y leí en los periódicos la comparación entre el general Franco y el presidente de la Junta de Andalucía que hizo José María Aznar en el discurso de clausura del décimo congreso del PP andaluz. Por supuesto que la comparación, como ha recordado esta misma semana en repetidas ocasiones la presidenta del PP andaluz, Teófila Martínez, se limitaba a la perspectiva temporal, al periodo de tiempo que había gobernado el general Franco y al tiempo que llevan gobernando los socialistas la comunidad autónoma. Pero eso es indiferente, como muy bien decía Condoleezza Rice. La comparación entre un gobernante antidemocrático y otro democrático no es admisible desde ningún punto de vista en una sociedad democrática, ni desde el temporal ni desde ningún otro. Esto es lo que José María Aznar no debería haber pasado por alto en ningún momento. O, en todo caso, debería haber rectificado inmediatamente después.

El error del comentario ha sido subrayado en los medios de comunicación en general. No sólo en los andaluces, sino también en los del resto del Estado. Doy por supuesto que los lectores están al tanto de lo que se ha dicho y escrito y no voy, en consecuencia, a volver sobre él.

Porque sobre lo que me interesa llamar la atención es sobre el mensaje general que transmitió el discurso del presidente del Gobierno el pasado domingo en Granada. Lo de menos fue la comparación entre Manuel Chaves y Francisco Franco. Lo llamativo, en mi opinión, fue la sensación de impotencia que dejó traslucir. Es lo que intuí al oír los cortes en los servicios informativos radiofónicos. Y es lo que he confirmado con la lectura posterior del texto del discurso. En el único momento en que el presidente del Gobierno consiguió encender al auditorio fue en el momento en el que, en conexión con la desafortunada comparación, repitió alzando significativamente la voz por cuatro veces !ya está bien!, para arengar a su gente a poner fin a las victorias electorales del partido socialista en Andalucía.

Eso es prácticamente todo lo que José María Aznar fue capaz de argumentar para explicar la necesidad de la victoria del PP en Andalucía en las próximas elecciones autonómicas. Ni un solo argumento que no fuera el transcurso del tiempo fue capaz de ofrecer el presidente del Gobierno. Es difícil recordar una expresión de impotencia política similar a la que el PP ha puesto de manifiesto este domingo pasado. No creo que haya ni un ciudadano andaluz que, tras la celebración del décimo congreso, sepa para qué quiere el PP ganar las elecciones y qué política pondría en marcha si se convirtiera en el Gobierno de la Junta de Andalucía.

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Es seguro que hay muchos ciudadanos que consideran que más de veinte años de gobierno consecutivos son muchos años. En Andalucía y en todas partes. Y que, en consecuencia, sería razonable pensar en la conveniencia de un cambio de gobierno. Pero no es menos seguro, que con ese solo argumento no se va a conseguir que los ciudadanos cambien mayoritariamente el sentido de su voto. Un partido que quiera gobernar tiene que ofrecer algo más que el simple recordatorio del tiempo que lleva el adversario en el poder. Y eso brilló completamente por su ausencia en el congreso popular granadino.

Tras lo ocurrido en domingo en Granada no puede extrañar la reacción del PP en la sesión parlamentaria del pasado jueves, en la que orquestó un plante absurdo a propósito de la actuación de la Mesa al dar curso a una pregunta formulada por el grupo parlamentario socialista. Hay cosas que un partido que quiere ser de gobierno no puede hacer. Porque lo desacreditan, en la medida en que lo hacen caer en el ridículo. La actuación del grupo parlamentario popular el pasado jueves fue la típica de un grupo marginal, casi extraparlamentario, y no la propia del primer partido de la oposición. Hay que tener muy poca confianza en las propias fuerzas para comportarse de la forma en que la dirección del PP hizo comportarse a sus parlamentarios. Así ni que pasen otros veinte años.

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