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LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Columna
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Causas y efectos

Antonio Elorza

En su artículo del domingo sobre la ilegalización de Batasuna, Javier Pérez Royo se quejaba de la atmósfera de hostilidad que ha rodeado a sus tomas de posición. Al ser un gran aficionado al deporte, tal vez haya encontrado esa explicación al contemplar la tristemente famosa entrada con que el pucelano Peña partió el peroné al más brillante futbolista español en activo. Al enjuiciar el hecho, lo que cuenta no es la lesión sufrida por Valerón, ya que este tipo de percances se produce periódicamente sin que exista responsabilidad alguna por parte del causante, sino el dato fundamental de que la entrada violenta por la espalda de Peña iba a por el hombre, al margen de cualquier intento de alcanzar el balón. Tal vez inconscientemente, esto es lo que le ha sucedido a Pérez Royo en su afán polémico. Nada tiene de extraño que en un tema tan complejo un jurista encuentre razones para exponer reservas o críticas; lo preocupante es que se haya desentendido por completo de jugar el balón, que en este caso para un demócrata y manifestante por ¡Basta Ya! no puede ser otro que ETA. El fondo de la cuestión es que Garzón acierta plenamente en la caracterización de Batasuna como parte de ETA y Pérez Royo renuncia a asumir el alcance jurídico de esa calificación, sin invalidarla satisfactoriamente. Es cierto que 'no todo vale contra ETA', pero si estas medidas y estos autos no sirven, la obligación política y moral de un jurista demócrata consiste en plantear alternativas y en ponderar en todo momento las propias apreciaciones de modo que la virulencia de la crítica no le convierta en abogado defensor espontáneo de la organización terrorista y de quienes, como ahora el Gobierno vasco, PNV y EA, tratan de conservar la vida legal para su herramienta política.

De ahí que la sugerencia de la 'prevaricación' del juez, asumida por las instituciones nacionalistas, debiera ser para Pérez Royo una amarga victoria, lo mismo que si logra ver triunfar su argumento de que mediante testaferros individuales sigan celebrándose manifestaciones de Batasuna en honor de ETA. Este mismo fin de semana tendremos ocasión de comprobarlo con las ceremonias de homenaje a los dos terroristas autoinmolados en Bilbao: sería estupendo que Batasuna fuera de la ley pudiera repetir la parafernalia nazi de exaltación de los mártires del terror, exhibida hace dos años en situación similar. De ser así las cosas, nos encontraríamos ante un panorama de total indefensión de la democracia, porque unos juristas renuncian a mirar el verdadero rostro de un terror nazi que se oculta detrás de la máscara. Entretanto, hemos pasado de tener como tema central la puesta fuera de la ley de Batasuna a los conflictos con el Gobierno vasco que ensaya el 'se obedece pero no se cumple', para desembocar en un cerco a Garzón. Por una vez, el presidente Aznar ha dado con el adjetivo preciso: esperpéntico.

Claro que en este tiempo de nerviosismo no faltan quienes desde otros ángulos olvidan también la exigencia de ponderación. Por fortuna ha resultado falsa (y tendenciosa) la información ofrecida la pasada semana en torno a la actitud del director del Instituto Cervantes, Jon Juaristi, de cara a la próxima manifestación de ¡Basta Ya!, al declarar, según La Razón, que irá allí con la bandera española y que la ikurriña es la bandera del nacionalismo y ETA. Normalizar la presencia de la rojigualda en Euskadi constituye una aspiración democrática. No lo es, en cambio, recusar la ikurriña, que ganó la condición de enseña de todos los vascos antifascistas en la guerra civil contra Franco. Y peor aún es volver a una guerra de banderas que anule el planteamiento integrador, propio de quienes no somos aberzales.

Bastante mal están las cosas como para ir quebrando los tenues hilos que mantienen la trama de la legalidad política en Euskadi, y eso debiera tenerlo en cuenta Rodríguez Ibarra al proponer la aplicación precipitada del artículo 155 de la Constitución. 'Amaya da asierija', 'el fin es el principio', anunció hace más de un siglo un precursor del nacionalismo. Más vale no ayudar al cumplimiento de la profecía.

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