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Verano y humo

Resulta imposible ponerse a escribir después del verano sin resaltar los innumerables cambios que se han producido en estas tierras durante el periodo estival. Han sido tantos y de tal calibre que abren interrogantes y nuevas expectativas políticas. Naturalmente entre los acontecimientos políticos no incluyo el atentado terrorista de Santa Pola. Considerar como político algo que no es sino el vil asesinato de dos inocentes perpetrado por una banda de mafiosos, sería denigrar el término y hacerle el juego a los criminales y a sus cómplices. Y no he de hacer nada de eso.

Hecha esta necesaria salvedad, el más destacable de los acontecimientos indudablemente ha sido el nombramiento de Zaplana como ministro de Trabajo, que implica considerables variaciones en el panorama político. Nada va a ser como era, aunque los populares se empeñen en decir en público que aquí no va a cambiar nada, pero saben, y en privado lo reconocen, que las cosas ya no serán iguales. Y por mucho que se asegure que Zaplana va a dirigir el partido desde Madrid, saben que no lo va a poder hacer, al menos con tanta dedicación como lo hacía cuando presidía la Generalitat. Y ello, en primer lugar, porque va a tener otras cosas de las que ocuparse, y, en segundo término porque, si lo hiciese, cualquiera que lo sustituya quedaría ante la opinión pública como un simple títere teledirigido desde Madrid.

La sustitución planteó problemas que los populares resolvieron aparentemente con rapidez, y en cualquier caso con un inaceptable desprecio a las normas democráticas. Hace años, el todopoderoso PRI mexicano nombraba candidato a presidente -que en aquellos momentos era tanto como decir al presidente-, por un peculiar sistema según el cual el presidente que terminaba su sexenio -allí rige la no reeelección- designaba a su sucesor actuando en una especie de república hereditaria difícilmente homologable en un sistema democrático. Los mexicanos, haciendo uso de buenas dosis de humor político, denominaban a este sistema el dedazo. Ese dedazo, ya suprimido incluso en el PRI, sólo parece aplicarse ya en el PP español. Vayamos por orden. El espectáculo que está ofreciendo el hierático Aznar, bien guardando silencio sobre a quien va a designar como sucesor, bien realizando ciertos gestos para que los analistas se devanen lo sesos tratando de interpretar quién va a ser designado por el dedazo resulta realmente deprimente.

Pero si tal es así, las actuaciones de quienes se encuentran en carrera para merecer el nombramiento resultan patéticos. Y para qué hablar del mayor de los ridículos del que es autor el flamante ministro de Trabajo. Las palabras de Zaplana, recién nombrado ministro, diciendo que Aznar va a elegir como su sucesor al más idóneo, es decir algo así como que el jefe nunca se equivoca, deberían producir risa, pero en realidad terminan causando pena por comprobar cómo la concentración personal de poder termina obligando a hacer ridículo hasta al más cuidadoso en cuidar su imagen personal.

A Zaplana cuando le nombraron ministro se le puso una cara de contento que no sé si se debía a la ignorancia de cuanto se le venía encima -se equivoca si se cree que va a poder tener éxito en recomponer las maltrechas relaciones del Gobierno con los sindicatos sin modificar las aristas más duras del decretazo- o bien su alegría se debía al alivio por haberse alejado de gestionar esta Comunidad, cuyas arcas públicas ha dejado más en quiebra que el Reino de España en tiempos de Felipe II. O tal vez, solución por la que me inclino, mostraba simplemente su satisfacción por considerarse incluido en la carrera de la sucesión de Aznar. Y me inclino por esta última opción porque se ha dedicado durante todo el verano a demostrar que es capaz de estar en todos los lugares posibles al mismo tiempo, fundamentalmente en cualquier medio de comunicación que se precie, activando para ello todo el equipo de agitación y propaganda montado desde Valencia. Y ya veremos la que se nos viene encima cuando termine de colocar a sus peones en la televisión pública, que en eso está.

Pero el dedazo no es exclusivo de Aznar. Se repite en esta comunidad autónoma. Y así como el emperador Aznar se reserva el derecho a nombrar a su sucesor, así su virrey valenciano asume la misma prerrogativa y al irse a Madrid resuelve el vacío con una solución mixta que no sé si satisface a todos, pero al menos genera desconcierto. Deja a Olivas como presidente hasta las elecciones y designa como candidato a un tal Camps, que ignoro cuáles son las virtudes que le adornan para merecer ser el objeto del dedazo, aún cuando adivino que su mayor virtud consiste en ser el más dócil entre todos a las consignas de su jefe.

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La situación tiene su miga, y cualquier observador permanece atento a los movimientos que se producen en esa tricefalia inestable. Últimamente ha querido verse en la hiperactividad demostrada por Olivas un deseo de hacerle la cama al candidato Camps, esperando que se desfonde, interpretación que ha sido aireada desde círculos del PP valenciano, no sé si con la intención de dañar a Olivas, o a Camps, o, como parece más verosímil, a ambos a la vez. Personalmente no me creo esa versión, aunque tal vez en esa opinión mía pesa la consideración que le tengo al actual presidente de la Generalitat, a quien juzgo mejor candidato que el elegido por Zaplana, cuyas virtudes, en el supuesto de tenerlas, ignoro. Y en eso coincido con una mayoría de valencianos, porque si algo caracteriza a Camps, aparte de su apariencia de empleado de funeraria -y que me perdonen los empleados de funeraria-, es ostentar el récord de menor duración en los cargos que ha desempeñado. Y si hablamos de eficacia, podríamos empezar y no parar, y si no, basta con recordar sus fracasos en la lucha contra la delincuencia, por no hablar de su irresponsabilidad por levantar el cerco en la playa de Santa Pola sin haber encontrado la bomba enterrada por ETA, poniendo en peligro la vida de los bañistas.

Y por lo demás, todo sigue igual. Los perros de presa del PP campando a sus anchas. Pero cuando se ceban, como últimamente hacen, con Joan Ignasi Pla, faltando no ya sólo al más mínimo fair play político sino a las más elementales normas de educación que deberían presumirse en niñatos de buena familia como ellos, llego a la conclusión de que las encuestas son cada vez más favorables al PSPV. Porque a nadie se le oculta que con la renuncia de Zaplana y la escasa relevancia e idoneidad del candidato popular, se multiplican considerablemente las posibilidades de Pla. Y por eso le atacan. ¿O no le ven ustedes así?

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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