Que el ritmo no pare
Esta vuelta ya ha empezado mal de partida. Yo ya me lo temía cuando vi el anuncio en televisión, y mis sospechas no se han visto más que confirmadas desde el día en que esto comenzó en Valencia. ¿A quién se le ocurre eso de elegir como melodía una canción que se titula Que el ritmo no pare?
Que somos borregos, que lo digo yo, que soy uno más y se de lo que hablo. Que nos dicen que hay que subir al Angliru, pues al Angliru nos vamos, y nos castigamos un poquillo antes para llegar fatigados, no vayamos a subir silbando. Que nos dicen que hay que sortear doscientas trampas antes de enfilar la línea de sprint, pues allá que vamos haciendo gincanas, que para algo hemos aprendido a montar en bici, y si hay que besar el suelo, ¿qué, para qué queremos pues codos y rodillas?. Que en vez de maillot amarillo, tenemos que decirle maillot oro, porque hay que diferenciarse de los otros y sonar a modernos, abajo la España cañí, pues venga, maillot oro que nos enfundamos al cuerpo. Y así tantas y tantas otras que podría contar.
Y entonces, sabiendo cómo somos y con toda la intención, van y nos ponen una melodía repetitiva, cansina y machacona que nos mete casi en el subconsciente eso de que el ritmo no pare, no pare no, que el ritmo no pare. ¿Y qué vamos a hacer nosotros? ¿Hay alguna duda? Pues eso, claro está, no parar.
La escena se repite todos los días en la salida neutralizada. Yo ya no estoy allí para vivirla, pero no tengo dudas de que se sigue repitiendo. Los corredores se dirigen lo unos a los otros; unos cansados y decaídos, otros esperanzados y alegres, y todos entablan idéntico diálogo: ¿qué tal? Ya ves, un día más, y que el ritmo no pare. Sí, no pare no. Eso digo yo, que no pare, verás tú si para. Qué va, hombre, imposible, esto no puede parar. Y así, abstraídos en cuestiones tan filosóficas, nos plantamos casi sin darnos cuenta en el kilómetro 0, donde el ataque de uno de nuestros compañeros nos ratifica en nuestra tesis: ¿Ves?, si no puede ser de otra manera: ¡que el ritmo no pare!
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