Lluvia de dinero sobre Tíbet
China está multiplicando sus inversiones en el 'techo del mundo' para frenar las ansias independentistas de la región
Una lluvia de millones del Gobierno central de China cae sobre Tíbet para tratar de ganarse, si no el corazón, sí la cabeza de los tibetanos, que siguen llorando en silencio a su rey-dios, Dalai Lama XIV, refugiado en India desde la revuelta de 1959. Lhasa, la capital de la región, situada a 3.900 metros de altura, es el principal reflejo de la política china de desarrollo acelerado, que pretende que la modernización ponga freno al tremendo poder que tiene la religión en la política, la cultura y la vida cotidiana de esta zona conocida como el techo del mundo.
Obsesionada por la estabilidad, y más ahora que se aproxima el cambio del liderazgo en el Congreso del Partido Comunista, previsto para el próximo 8 de noviembre, China va a dejarse este año en Tíbet más de mil millones de euros. 'El Gobierno pretende que dentro de tres años el PIB de Tíbet esté a la cabeza de todas las regiones del oeste de China', asegura Yu Heping, vicepresidente de la Comisión de Planificación Económica de Tíbet. Añade que la inversión prevista en este primer quinquenio del siglo se acerca a los 4.000 millones de euros.
Escuelas, carreteras, puentes, hospitales, luz eléctrica, teléfonos, los cambios en la región, principalmente en las grandes ciudades, Lhasa, Xigaze y Nyingchi, son evidentes y los tibetanos reconocen que les gusta. 'Hay mucha diversión, está más animado', afirma Chungu, de 30 años, que se encuentra en una yurta en las montañas, a 4.000 metros de altura, pasando el verano con sus 100 yaks. Chungu gana ahora con la venta de su ganado cuatro veces más que hace ocho años y en su casa del pueblo ya tiene luz y televisión. Chungu es analfabeto, pero su hermano menor, de 15 años, va a la escuela.
Uno de los principales proyectos en que se ha embarcado el Gobierno chino es en la construcción de la primera línea de ferrocarril de Tíbet, que tiene 1.142 kilómetros de largo y unirá esta región con la vecina Qinhai. Las obras comenzaron hace un año, tienen un presupuesto de 3.300 millones de euros y está previsto que finalicen en 2006.
Pero mientras se avanza económicamente, políticamente no se ve una salida para los creyentes de la principal religión tibetana. El Dalai Lama se ha convertido en anatema. Están prohibidas sus fotografías, nadie menciona su nombre, los libros de historia pasan por encima de él como si nunca hubiera existido y su casa, el espléndido palacio de Potala, es 'sólo' residencia de los Dalai Lama anteriores (lo mandó construir Dalai Lama V en 1645). Ni siquiera del aireado acuerdo de 1951 que permitió el estacionamiento pacífico de tropas chinas en Tíbet se dice que fue firmado por el enviado del Dalai, sino simplemente por el Gobierno de Tíbet. Dalai Lama, al igual que pasó en 1971 con el 'traidor' del ministro de Defensa Lin Biao, se ha convertido en un fantasma histórico. Sólo en Pekín, el viceministro de Información, Wang Guoqing, se atrevió a darle la bienvenida 'cuando reconozca públicamente que Tíbet forma parte de China'.
La reencarnación del Panchen Lama -la segunda autoridad religiosa del lamaísmo- en dos niños distintos, uno según el Dalai Lama y otro según las autoridades religiosas tibetanas controladas por Pekín, ha envenenado aún más las relaciones, a pesar de que un hermano mayor del Dalai Lama, residente en Estados Unidos, vino en julio pasado y aplaudió el espectacular desarrollo experimentado por Tíbet, región que se encontraba prácticamente en la Edad Media en la pasada década de los cincuenta, con más de un 90% de analfabetos. La mejora del nivel de vida trajo también el aumento de su población, 2,5 millones de habitantes, ya que los tibetanos, al igual que otras minorías nacionales chinas, no están sujetos a la política de una familia, un hijo.
La sucesión de Jiang Zeming por Hu Jintao como secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh) en noviembre no parece que vaya a cambiar las cosas, a pesar de que Hu conoce bien la conflictividad de Tíbet, ya que estuvo aquí como secretario regional del PCCh entre 1986 y 1992. Las grandes manifestaciones proindependentistas de Tíbet fueron en 1987 y Hu las reprimió con puño de hierro. 'Desde entonces no ha habido más problemas, reina la estabilidad', comenta un funcionario público que prefiere guardar el anonimato.
Política aparte, algunos tibetanos, como Nizhen, de 41 años, han aprendido del pragmatismo chino y se han dedicado a hacer dinero. Nizhen y su marido, Puchiong, que sigue cultivando sus tierras, han montado un cámping para los muchos peregrinos que vienen a Lhasa y una empresa de transportes con dos camiones que les reporta unos beneficios anuales de unos 20.000 euros. Los créditos que el Gobierno les concedió sin intereses -uno de los beneficios de los tibetanos- ya los han pagado.
En el Jokhang, el templo más sagrado del lamaísmo, situado en el corazón de la capital, se escucha, sin embargo, el lamento del monje Nyima Tsering, de 35 años, por las 'influencias negativas' que trae el desarrollo, entre ellas la 'excesiva querencia de algunos monjes por el dinero'. Pero este estudioso del budismo, una de cuyas seis escuelas es el lamaísmo, se consuela pronto y asegura que la modernización desequilibra al hombre, por lo que el budismo, con su armonía entre el cielo, la tierra y los hombres, 'será la religión del siglo XXI'. 'Prueba de ello', añade Nyima, 'es que este año ha habido más peregrinos chinos que tibetanos, lo que revela que la religión se extiende a pasos agigantados para llenar el vacío dejado por la desideologización y el desarrollo económico.
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