Cádiz, ciudad fantasma
Noté cómo mis ojos bajaban sus persianas. La luz se atenuó gradualmente y, acto seguido, sentí desvanecerme en un plácido sueño. Aparecí de súbito en un extraño lugar. Era un espacio abandonado e inhóspito, cercado por el agua y por el olvido. Un suave viento de Levante traía consigo olor a sal y agitaba el polvo que todo lo cubría. Aparentaba ser una ciudad fantasma. Pensé que en algún tiempo pretérito podía haber tenido nombre y provecho, y resolví adentrarme en ella para indagar en sus vestigios. Apenas di unos pasos, las páginas de un periódico desvencijado y sucio se arrojaron a mis piernas impulsadas por una bocanada de aquel viento caliente. Lo atrapé casi al vuelo y me detuve a curiosearlo. No hacía más que hojear las páginas iniciales cuando leí una noticia que llamó mi atención sobremanera. 'El ayuntamiento propone a los parados que se vayan de Cádiz a buscar trabajo', decía el titular. Asombrado, seguí leyendo el sumario: 'Fernando Sicre aconseja a los desempleados que se marchen a Cataluña y Portugal'. El lead me reveló algunos datos más: Al parecer, el concejal de Fomento, desbordado por los 11.044 parados que por aquel entonces se registraron, no encontró una mejor alternativa que promover el éxodo de estos a comunidades y países, aunque vecinos, foráneos. Leí más abajo y, en la misma información, junto a críticas a tal iniciativa -ninguna libre de intereses partidistas o sindicales-, se destacaba que la ciudad había perdido en los últimos 10 años, coincidiendo con parte del mandato de una tal Teófila Martínez, unos 21.000 habitantes, que encontraron condiciones más dignas en los alrededores de la capital.
Mientras asociaba esos datos y empezaba a entender tan lamentable historia, pasó por allí un señor, de pelo cano y rostro estragado, que escudriñaba la tierra con un detector de metales, y, volviéndose hacia mí, me dijo enfáticamente:
-Si busca trabajo por aquí... Lo lleva usted claro.
-No -dije yo-, sólo quiero saber qué pasó. ¿Cómo se llamaba esta ciudad?
-En un tiempo se llamó Gadir -contestó él con gesto apenado-, luego Gades y más tarde Cádiz; y ninguno de sus pobladores pudo sostenerla. Sin apenas población activa, la ciudad fue envejeciendo y mire en lo que se convirtió.
Tras escuchar sus palabras, regresé repentinamente a la consciencia y el divagar de la vigilia me impidió distinguir qué parte real había en aquel sueño y qué parte de aquel sueño hay en la realidad. Lo que recuerdo con muy clara memoria es que a la mañana siguiente me levanté con el pie más izquierdo que nunca.
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