Hernando y la contrarreforma
CON SUMA frecuencia aparecen signos de contrarreforma en el horizonte de España. El choque de trenes nacionalistas es una causa constante de contaminación del ambiente democrático. Esta semana se ha unido al clima de regresión general otro espacio: el judicial. Parece como si el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Francisco Hernando, quisiera dar la razón a todos aquellos que cuando fue nombrado cuestionaron su currículo y señalaron sus amistades cinegéticas como fuente de promoción. En el acto de apertura del año judicial soltó un discurso -mitad arenga a favor del Gobierno, mitad sermón integrista sobre la inmigración- que representa una ruptura con respecto a la tradición. Si una crítica merecían, año tras año, los discursos rituales que los presidentes de los jueces preparaban para esta ocasión era su carácter gremial. Los jueces han sido siempre muy suyos. A pesar de que las divisiones políticas están últimamente haciendo mella en la unidad corporativa.
Francisco Hernando se olvidó de los jueces porque todos sus esfuerzos estaban destinados a acordarse del Gobierno. A colmarle con reconocimientos que no deberían estar en la agenda del presidente de un poder que se supone neutral. Sobre la realidad efectiva de la justicia -que debería ser el ámbito de su reflexión en una ocasión como ésta-, su principal aportación fue la propuesta de reintroducir las tasas judiciales como manera de financiarla. Lo cual confirma que veinticinco años después todavía hay, incluso en la cúpula del poder judicial, gente que no ha entendido qué significa el principio de igualdad de los ciudadanos ante la justicia, que empieza por que sea gratuita para todos. Pero lo más relevante era el tono de complicidad con el Ministerio de Justicia que algunos han interpretado como una apuesta por una idea del papel del juez más próxima al funcionario que al poder independiente.
Pero el presidente del Tribunal Supremo no se paró aquí. Tenía necesidad de hacer una aportación ideológica a las principales preocupaciones del Gobierno. Y escogió la cuestión de la inmigración. Lo que, en el contexto de su discurso, permitía seguir alimentando la asociación entre criminalidad e inmigración tan del agrado de Aznar. La línea argumental del señor presidente del Tribunal Supremo tenía cuatro puntos fuertes: el desprecio a los valores de solidaridad y fraternidad entre seres humanos, 'que pueden ser tomados como soporte para una actitud de absoluta liberalidad'. La inmigración como amenaza que pone en peligro el precario equilibrio de los países desarrollados y con ello 'un patrimonio acuñado por el esfuerzo de generaciones pasadas que no debe ser malbaratado'. La crítica de cualquier regulación extraordinaria de la situación de los inmigrantes y de las presiones sociales en esta dirección. Y la apelación a la protección de las culturas españolas frente a la amenaza que pueden representar los inmigrantes como portadores de otras lenguas y otros valores culturales. Todos los elementos del discurso más conservador sobre la inmigración están ahí: desde la solidaridad como trampa hasta los tópicos del inmigrante que viene a quitarnos el trabajo y a disolver nuestras tradiciones culturales. La inmigración como el 'otro' del que debemos defendernos.
Como acostumbra a ocurrir con los sermones, hechos con la única intención de propagar la doctrina, el discurso del señor Hernando no se distinguía por el rigor intelectual. Con todo, esto no es lo más grave. Lo grave es que un presidente del Tribunal Supremo se permita este ejercicio en un acto solemne, propio del Poder Judicial, en el que habla como máximo representante de esta institución. Cuando el presidente de uno de los poderes del Estado pierde la brújula hasta el punto de desconocer el lugar en el que está, algo funciona mal en el sistema democrático. Y esto es lo que hace importante, por sintomática, la prestación del presidente Hernando. Simplemente actuó conforme al papel asignado por quienes le impulsaron hasta esta alta responsabilidad. Porque en el fondo el poder ejecutivo está convencido de su supremacía y no le basta con aprovechar la mayoría absoluta para neutralizar al poder legislativo, sino que encima intenta establecer una perfecta sintonía con el poder judicial. Y el presidente Hernando ha demostrado que para eso está. Como ocurre a menudo en estos ejercicios serviles, puede incluso que desde el Gobierno se le reproche exceso de celo. Pero éste es el riesgo que corre siempre el que tiene vocación de empleado.
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