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HORAS GANADAS
Columna
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El héroe equivocado

Rafael Argullol

Una de las mejores películas que pueden verse en la actualidad está basada en una materia prima espectral: los negativos que fueron rescatados de un barco, The Endurance, hundido entre el hielo antártico en el otoño de 1915. El autor del rescate, Frank Hurley, tuvo que buscar en las aguas heladas hasta dar con la cámara oscura del buque, que había quedado completamente inundada. Formaba parte de una tripulación de 28 hombres, capitaneada por el legendario Ernest Shackleton, que había partido de Londres el año anterior a la conquista de la Antártida.

Casi un siglo después el documental de George Butler Atrapados en el hielo (The Endurance) se apoya en aquella materia primera espectral para dar vida, de nuevo, a los protagonistas de la aventura. El resultado es una maravillosa historia épica sobre la supervivencia humana. La lucha con el mar, la capacidad de sacrificio, los lazos de complicidad ante el caos conforman una narración que, siendo rigurosamente histórica, incorpora prácticamente todos los ingredientes de los grandes ciclos míticos. Es imposible no oler en esta película los aromas procedentes de la Odisea o de La isla del tesoro o de Moby Dick.

En especial es imposible ignorar el aire de la Oda del viejo marinero, el misterioso poema de Coleridge, que impregna toda la acción. Acostumbrados a creer que el arte imita a la realidad, nos resulta fascinante que la realidad imite al arte. Parece que esto último siempre deba sorprendernos, cuando lo cierto es que es lo más frecuente y, en el ejemplo recurrente, yo siempre me inclino a pensar que los campos de la Toscana imitan a los paisajes pictóricos del Quattrocento, y no a la inversa. Apenas es posible encontrar un solo comportamiento humano que no esté ya, de algún modo u otro, registrado por la literatura, y cuando arrogantemente -o, más bien, provincianamente- afirmamos que nuestra realidad 'supera a la ficción', lo que exteriorizamos es, más bien, nuestra ignorancia literaria.

Hay casos, sin embargo, en que la evocación poética se hace tan poderosa que es difícil separar el árbol real de la serpiente mítica que se enrosca en él con sutil intimidad. Hay mucho en la historia del Endurance que nos hace revivir el clima de la obra de Coleridge, de igual forma que, gracias a la misma magia transfigurada, la película de Butler hace que el espectador reviva lo que sucedió en un mundo oscuro y gélido a principios del siglo pasado.

Lejos de la civilización del Norte el extremo Sur, con su fantasmagoría gélida, es, tanto en el poema como en el documental, el territorio idóneo para un gigantesco teatro de sombras en el que es fácil encontrar los colores pálidos de la melancolía y la desesperación: ese blanco eterno, descrito en palabras o en imágenes, que ha devorado los colores de la vida para dejar, únicamente, un rastro de recuerdos, dudas y presagios. Un blanco al que sienta bien la inmovilidad inquietante y casi sagrada de los náufragos del Endurance y de los compañeros definitivamente hieráticos del Viejo Marinero.

En el poema de Coleridge, que crece a través de un laberinto metafísico, la muerte sigue al protagonista con la invisible vigilancia de una amante celosa. Es una presencia etérea pero tan sólida que acaba por ocupar todo el escenario. Pero también el vigoroso y racionalista Ernest Shackleton deja traslucir una cercanía semejante cuando en sus memorias recuerda uno de los episodios de la aventura antártica, la travesía a pie de las montañas y los glaciares de la isla Georgia del Sur. Shackleton va acompañado de otros dos tripulantes y, aunque sabe que son tres, siente que son cuatro.

Quizá ese cuarto caminante no sea la muerte, sino un ángel o un demonio o un testimonio de lo que ignoramos o todo al mismo tiempo, el 'habitante del Espíritu Polar' al que se refiere enigmáticamente Coleridge. La película de George Butler va desgranando cada uno de los fragmentos de un viaje en cierto modo circular y paradójico porque lo que se ha previsto como exploración de un territorio desconocido acaba convirtiéndose en descubrimiento del valor propio de la vida. El triunfo final de la expedición no es la conquista, sino la supervivencia.

Al espectador esto se le hace evidente desde el momento en que no puede sustraerse al poder de las imágenes rescatadas por Frank Hurley en el buque hundido. El hecho de que no se enfrente a unos actores que representan a unos personajes, sino a los protagonistas mismos, acrecienta la austera verdad de la historia al tiempo que la rodea de un aura de nostálgica grandeza.

Con todo, pese a la victoria de los supervivientes, como corresponde a las más intensas historias heroicas, el último capítulo está dominado por la ironía trágica. Tras las innumerables peripecias -registradas, buena parte de ellas, en los negativos de Hurley-, el regreso a casa es decepcionante. Dejados atrás los peligros del Sur abismal, las regiones del albatros y de los interminables espejismos, el Norte, el mundo supuestamente propio y supuestamente civilizado, ha cambiado por completo en sus expectativas. Inmersa en la Gran Guerra, la Inglaterra de 1914, año de la partida del Endurance, se parece poco a la de finales de 1916, cuando, por fin, retornan los supervivientes de la Antártida. Bajo la orgía bélica, la patria quiere rendir culto a los cadáveres de los que se fueron al campo de batalla y apenas manifiesta interés por los que, considerados ya muertos desde hace tiempo, súbitamente reaparecen a la vida. Su supervivencia es una equivocación y Shackleton, un héroe equivocado.

Quizá la propia condición heroica presupone el error y la escasa acomodación a la época. Ninguno de los héroes de los que nos ha hablado la literatura han tenido un regreso fácil, si es que han regresado. Tampoco los que esporádicamente ha proporcionado la realidad. Shackleton tuvo la gloria que deseó por encima de todo, pero también hubo de notar el peso de su equivocación. No se adaptó, como era de esperar, a la rutina y en 1922 emprendió una nueva expedición, en la que moriría a causa de un ataque al corazón. Son memorables las imágenes de sus compañeros alrededor de la tumba en la isla de Georgia del Sur, tal como las muestra la película de Butler. Antes de esta última expedición escribió en sus memorias: 'Hemos alcanzado el espíritu desnudo del hombre'.

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