Roma, el regreso de la 'dolce vita'
Nuevos locales y tiendas animan el centro monumental de la capital italiana
Ya no hay paparazzi en busca de famosos en los locales de Via Veneto, entre otras cosas, porque correrían el riesgo de ser atropellados por las masas de turistas que cruzan la zona rumbo a Villa Borghese o a la plaza de España. Pero no se puede negar que Roma vive un renacimiento que nada tiene que envidiar al esplendor de aquella dolce vita inventada por el cineasta Federico Fellini. Puede que uno de los motores de este resurgir fuera el Jubileo de 2000, con sus presupuestos extraordinarios, que cayó como un maná sobre la ciudad, y permitió que se restauraran decenas de edificios nobles y se recompusieran ruinas arqueológicas, con el riesgo, siempre latente, de convertir a la ciudad en un gigantesco parque temático. Lo cierto es que Roma hierve. Se inauguran hoteles de lujo; se abren negocios de ropa, bares y restaurantes de diseño, y se acondicionan espacios peatonales. Roma se descubre con una nueva vitalidad de terrazas llenas, museos rebosantes y festejos al aire libre. Y no sólo en verano. La ciudad, que alberga una triple burocracia, la estatal, la vaticana y la de Naciones Unidas (la FAO), explota finalmente todo su potencial de atracción. En torno a Campo dei Fiori, a un paso de la señorial Via Giulia, se concentra parte de la movida romana, que se extiende también, del otro lado del río, por las plazas de Trastévere, casi intransitables por la sobrecarga de vendedores ambulantes. En el circuito festivo hay que incluir una amplia franja entre el antiguo gueto judío y la plaza de Santa Andrea della Valle, detrás de Piazza Navona, y el área de Piazza di Spagna, que siempre mantuvo una vitalidad propia. Junto a esta dolce vita de masas y a su deslumbrante monumentalidad, Roma conserva una belleza secreta que da la verdadera dimensión de su esplendor. Pocas ciudades brindan la sorpresa de una garita de portero con pinturas al fresco, o un taller de automóviles escondido en el sótano de una iglesia barroca. Sólo Roma encierra ese misterio de la belleza antigua, que puede esconder el paraíso detrás de una puerta anónima.
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