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Columna
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El feísmo

No, no es fácil distinguir la fealdad de la belleza. Quizás todo tenga que ver con la emoción, ese misterioso mecanismo que se activa en el interior del ser humano. Pero, a la vez, la emoción está vinculada a la experiencia y a la necesidad. Una gasolinera, en un campo desolado, y al anochecer, puede resultar el paisaje más hermoso y emotivo, sobre todo si estamos a punto de quedarnos sin combustible. Puede también ocurrir que lo que era bello puede dejar de serlo, y de repente, por un factor ajeno, imprevisible. Vamos por las altas tierras de Mondoñedo, piafa el caballo del viento con sus brocados de niebla de Brocelandia, y el mago Merlín, disfrazado de peón caminero, siembra las zanjas de adelfillas y salicarias. Buscamos música en el dial, una sonata de violín, los Clásicos populares, los 40 Principales, Aserejé, lo que sea. Pero nada. Omnipresente, Jiménez Losantos y la carca letanía de la radio episcopal. Dios mío, ahora entiendo por qué se despueblan las aldeas. En España, al pensamiento conservador siempre le ha fallado el estilo, un cierto sentido de la proporción y de la belleza, que es incompatible con el sectarismo y la impiedad. En el siglo XIX, que fue muy inseguro, Concepción Arenal habló de 'aborrecer el delito y compadecer al delincuente'. Era una bella idea que abría camino hacia un futuro menos feo. En el 2002, José María Aznar habla de 'barrer de la calle a los pequeños delincuentes' y cosecha un gran aplauso. El presidente ha leído este verano a Churchill, que tenía voluntad de estilo en lo grande y en lo pequeño, también cuando se reía de sí mismo: 'Hoy estoy muy contento porque me levanté en el metro y dejé asiento libre para tres señoras'. El lenguaje refleja una personalidad. Y la modela. Un lenguaje feo, en boca de un político o un jurista, adelanta ideas feas, leyes feas, que afearán la realidad. Una de las operaciones más feas de los últimos tiempos ha sido la conversión de la inmigración en La Gran Amenaza. Para la seguridad, para la identidad, para el bienestar. La inmigración está erizada de problemas, pero no es el problema. ¿Cuándo nuestros mandatarios rendirán honores a los inmigrantes que cuidan a nuestros mayores y a nuestros hijos, que recogen nuestras cosechas, construyen nuestras casas y barren nuestra mierda? ¡Que bien le vendría a Mondoñedo un Desmond Tutu!

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