'Desde el 11-S crece el olvido hacia los países más pobres'
El sacerdote jesuita Enrique Figaredo comenzó a trabajar en 1985 en el Servicio Jesuita para los Refugiados (JRS). Desde 1993, reside a 20 kilómetros de Phnom Penh, la capital de Camboya, desde donde ha impulsado la campaña internacional para la eliminación de minas, que obtuvo el premio Nobel de la Paz en 1997, y donde ha creado la fábrica de sillas de ruedas Mekong, que funciona con un equipo de mutilados camboyanos.
Allí han desarrollado un modelo de sillas adaptado a las necesidades del país, con tres ruedas y fabricadas básicamente de madera. Camboya tiene tantos habitantes como minas en su suelo: 10 millones. Uno de cada 236 camboyanos ha sufrido mutilaciones por el estallido de minas y cada día se producen nuevas víctimas. Desde 2000, Figaredo ocupa la Prefectura Apostólica de Battambang, que abarca ocho provincias camboyanas (con una extensión como la de Portugal), en las que residen muy pocos católicos. En 2001, este jesuita asturiano recibió el primer Premio Juan María Bandrés. Ayer impartió en Bilbao la conferencia La respuesta europea ante la situación de los refugiados en Asia dentro del Forum Deusto.
Pregunta. ¿En qué se centra su trabajo con los refugiados?
Respuesta. Mi labor principal es de reconstrucción. El buque insignia del JRS en Camboya es un centro para discapacitados donde les enseñamos un oficio. Es allí donde ha surgido la fábrica de ruedas. También tenemos un centro de acogida de menores discapacitados, construimos viviendas y creamos planes de trabajo comunitario para refugiados retornados.
P. ¿Cuál ha sido y es la actitud del Gobierno camboyano ante su labor?
R. Hay tal cantidad de mutilados que no saben qué hacer. Nosotros ofrecemos una atención integral, que incluye a la familia de la víctima. El Gobierno está encantado; no tenían ni personas, ni medios, ni ideas.
P. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido de Camboya?
R. Cuando acudes a un lugar donde hay tanto sufrimiento crees que la población está inactiva, triste, que hay más muerte que vida. Luego, ellos te dan lecciones de cómo se disfruta de la vida. El 50% de los camboyanos tiene menos de 15 años, así que eso es como la salida de un colegio. Es un pueblo joven, lleno de vida y que está pensando en el futuro. Y en Camboya está todo por hacer.
P. ¿Cómo se puede solucionar el problema de las minas?
R. Se está intentando. Hay muchas zonas que se están limpiando, hay mucha labor de educación para que niños y adultos no tengan accidentes con las minas.
P. ¿La comunidad internacional está concienciada con este problema?
R. Sí. Están enviando mucha ayuda y el Gobierno camboyano está haciendo un esfuerzo importante por desminar el territorio, pero es que hace dos años se contaba a más de una mina por persona. En Camboya se batían todos los récords. Ahora ya no. Lo siento mucho por países como Angola o Afganistán, que tienen ahora el triste récord en minas antipersonas. Ahora nosotros batimos otros.
P. ¿Cómo cuál?
R. El sida. Hace seis años, no existía la enfermedad en Camboya. El país estaba muy cerrado al exterior. Y ahora es horrible.
P. ¿Hay voluntad política de reconstruir el país?
R. Hay la voluntad que puede haber. Los medios económicos son limitados y hay mucha corrupción. Y el mundo desde el 11 de septiembre crece en desconfianza y en olvido de los países más pobres.
P. ¿Se ha olvidado Occidente de Asia?
R. Sí. Hay programas, pero hay menos dinero y algunas zonas y sus problemas dejan de ser prioritarios.
P. Y usted quiere llamar la atención sobre Camboya.
R. Y que los problemas de este mundo no se solucionan con ayudas de emergencia. En Camboya las heridas siguen abiertas y hay que reconstruir el país. Si se quiere mantener la paz, hay que ayudar a que el país salga adelante. Hay que pensar a medio y largo plazo y racionalmente.
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