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Columna
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La política pequeña

Fernando Vallespín

A Josep Lluís Carod le han llovido las críticas después de sus torpes parlamentos con dirigentes de Batasuna para pedirles que ETA no atentara en Cataluña. Estamos ante un importante error, que no tiene por qué empañar el siempre categórico rechazo de la violencia terrorista por parte de ERC, y es importante que así lo sigan reafirmando. No desearía contribuir a su satanización, desde luego, pero esta actitud no deja de representar una cierta forma de hacer política, una política que 'vuela bajo', a ras de intereses locales mal entendidos; una política chata y obtusa, carente de toda ambición. Y eso no tiene nada que ver con el hecho de que una organización como ERC se autolimite en su acción y perspectiva al ámbito catalán. Lo 'local' no tiene por qué identificarse a lo 'pequeño'. Puede hacerse política de gran altura desde una perspectiva muy local (en la forma en la que un ayuntamiento aborda el problema de la inmigración, por ejemplo) o política pequeña desde instancias nacionales o internacionales. Por seguir en Cataluña, la política municipal de Barcelona lleva ya tiempo siendo ambiciosa y de largo recorrido. Cuando las circunstancias así lo han requerido, el propio Pujol ha sido un maestro en el arte de cambiar la barretina por el sombrero de hombre de mundo.

Si elevamos la mirada hasta el ámbito nacional, lo que parecía ser un caso aislado se convierte ya casi en el síntoma de una enfermedad más amplia con efectos devastadores. Sin ninguna pretensión de exhaustividad, veamos algunos ejemplos recientes. Uno: nuestro presidente del Gobierno deja de acudir a la cita de Johannesburgo por las razones ya bien conocidas. Aquí ya no hay una interferencia de lo local, sino de lo 'privado' (lo 'privado/público', se entiende). Lo irrelevante desde la perspectiva de los efectos políticos se impone sobre lo urgente. No ha habido muchas otras ocasiones en las que poder introducir en el espacio público español una reflexión sobre cómo abordar nuestro papel en el combate de las amenazas al planeta. Ocasión perdida.

Dos: el problema de la delincuencia se presenta como una mera cuestión de 'barrer de la calle' a sus representantes menores. La tentación populista sustituye así a una discusión sensata sobre un problema que preocupa y que puede ser central en las próximas actitudes políticas de los ciudadanos. La irresponsabilidad deriva ante todo de la renuncia a 'hacer pedagogía' sobre una cuestión compleja y delicada que, una vez inflamada demagógicamente, tiene efectos devastadores para el sistema democrático.

Y tres: pequeños intereses partidistas del PP torpedean la posibilidad de acceder a un pacto unánime de todas las fuerzas políticas para combatir la violencia de género. Que la eficacia del combate a una auténtica lacra social se evalúe en función de sórdidos beneficios partidistas es descorazonador. Aunque, por desgracia, no es sólo el partido en el Gobierno el que contempla el mundo desde las anubarradas lentes de la organización partidista. ¿Tan difícil es trascender el punto de vista particular y crearse una representación del interés común?

La lista de ejemplos se podía prolongar casi indefinidamente. Y todo esto nos emite una confusa señal de que algo no funciona como debiera en este ámbito. La política cicatera y de andar por casa, muchas veces disfrazada con los fríos oropeles de la tecnocracia, ha suplido ampliamente a la más creativa y con ambición. El problema no es ya el tan traído y llevado 'aburrimiento' de la política democrática, que en países como el nuestro siempre es preferible a la política épica. No, la cuestión es otra. Como todo lo banal, la política miope seguramente sea el resultado de una importante ausencia de reflexión. Es una práctica que funciona a golpe de estímulos primarios y prefiere los pequeños rendimientos de las inercias sistémicas a una creativa aplicación de la capacidad del juicio. Lo malo es que cuando se abandonan los espacios de la deliberación y la saludable práctica del detenerse-a-pensar, éstos son ocupados después por un desazonador desierto de trivialidad y confusión.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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