Colisiones con asteroides
De vez en cuando, unas pocas veces cada millón de años, que es la escala temporal de nuestro género homo, un asteroide de uno o dos kilómetros de diámetro choca con la Tierra. Estas colisiones dejan cicatrices, en forma de grandes cráteres, en la corteza terrestre. Cuando son de tamaño aún mayor causan la extinción de una gran parte de las especies animales y vegetales, como probablemente ocurrió hace 65 millones de años con los dinosaurios.
Recientemente saltó la noticia de una posible colisión de un asteroide de dos kilómetros de diámetro con nuestro planeta en el año 2019, pero la probabilidad de que realmente ocurra es inferior a un uno por millón, más o menos la misma que la de morir en un accidente aéreo cada vez que se vuela, por lo que la podemos descartar al estar por debajo de nuestro umbral de preocupación. Además no podríamos hacer mucho, por falta de tiempo, para evitarlo.
Otra historia bien distinta es el asteroide 1950 DA, de un kilómetro de diámetro, que con una probabilidad de un tres por mil chocará con la Tierra el 16 de marzo de 2880 (Science, vol 296, pag 132, 5/4/2002), liberando una energía suficiente para ser una seria amenaza para la vida humana, al menos la caracterizada por la calidad de los tiempos históricos. Es cierto que de aquí a entonces los ciudadanos pagaremos a Hacienda 878 veces, y tendremos otras preocupaciones más inmediatas, pero no olvidemos que esto es, por primera vez en la historia de la humanidad, un problema serio, realmente serio, y no uno de esos problemas extravagantes por los que los humanos nos dedicamos a asesinar y a hacer guerras. Y gracias a que los científicos nos avisan con tanta antelación tenemos tiempo para reaccionar y evitar la catástrofe, si nos lo tomamos en serio.
Un tres por mil es muchísimo más que la probabilidad de que nos toque el gordo; por ello al menos todos aquellos que compran lotería deberían, por consistencia lógica, tomarse en serio esta amenaza. Y no creamos tampoco que somos más resistentes que los dinosaurios. En un futuro más o menos próximo, y con un nivel de confianza dependiente de la financiación, las científicos predecirán con mayor certeza la ocurrencia o no de la catástrofe.
¿Qué pasaría si a mediados de siglo la probabilidad de colisión pasara a ser un 10%? ¿Cómo reaccionarían los humanos en 2850 si supieran con seguridad que la colisión tendrá lugar? Este sería el primer gran test de inteligencia colectiva consciente al que estaría sometida la humanidad y espero que lo apruebe con profesionalidad, es decir, de la única forma que conocemos que nos permitiría evitar la colisión: con investigación y desarrollo tecnológico.
No nos engañemos, la ley de la gravitación, que rige el movimiento de los cuerpos celestes, no admite conjuros. De hecho, nuestros conocimientos científicos actuales ya han permitido vislumbrar soluciones basadas en modificar la presión debida a la radiación solar recibida por el asteroide o el retroceso debido a la radiación térmica emitida anisotrópicamente por el mismo. Para ello se debe modificar las características ópticas y térmicas de la superficie del asteroide con suficiente tiempo de antelación, para que estos minúsculos cambios del impulso de la radiación electromagnética puedan, en el transcurso de los años, desviar suficientemente la trayectoria del cuerpo extraterrestre y así impedir el choque con la Tierra. Pero hay que tener los datos y conocimientos científicos y tecnológicos adecuados para saber lo que se hace, no vaya a ser que la colisión ocurra precisamente porque se ha modificado la trayectoria. Es como jugar al fútbol, pero en serio, con un asteroide en vez de con una pelota. Sólo los científicos y tecnólogos saben cómo hacerlo. Es triste que tengamos que llegar a una situación como la descrita para que se deje de preguntar ¿para qué sirve investigar?
Rolf Tarrach es presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
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