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Columna
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La pasión del coleccionista

Victoria Combalia

¿Qué es lo que lleva a ciertas personas a no llegar a fin de mes con tal de poderse comprar una obra de arte deseada, perseguida, tal vez codiciada por otro? Coleccionar es entrar en una historia de amor y de apego apasionado por un objeto (e incluso, desde hace unos años, por una idea) hasta conseguirlo, para disfrutar con su goce estético y su posesión. Se pueden coleccionar obras de arte, objetos de todas clases, libros y documentos, pero en todos ellos intervienen dos variantes fundamentales: la calidad y la rareza.

Si creyéramos que el acto de coleccionar ha existido toda la vida, andaríamos errados: en las sociedades primitivas sólo los príncipes y las organizaciones religiosas acumulaban objetos. Tal como las conocemos hoy en día, las curiosidades son un invento de los romanos, que empezaron a fijarse en lo que hoy llamamos antigüedades. En sus conquistas, los romanos pillaban objetos artísticos aquí y allá y a ellos se les atribuye el mérito de haber salvaguardado su patrimonio tanto como el demérito de empezar a falsificarlo. Vuelve a coleccionarse a partir del siglo XIII, se extiende la costumbre en los siglos XV y XVII, y de la corte y la nobleza se amplía entonces a los banqueros, negociantes, jueces, eclesiásticos. Un cronista relata que en l660, en Holanda, llegan a verse más de cien cuadros en casas de clase media...

Y tras la bonanza para el coleccionismo durante el siglo XVIII y el parón inevitable producido por la Revolución Francesa, a finales del siglo XIX una gran parte de la burguesía se pone a coleccionar.

Ahora, según el International Herald Tribune del pasado 23 de marzo, el mercado del arte es víctima de su propio éxito. Según el columnista Souren Melikian, sencillamente se están acabando las existencias de buenas piezas de arte antiguo. El coleccionismo se ha vuelto también masivo (no así en España, hélas!): restringida hasta l960 a unas áreas muy concretas del mundo occidental (Europa y Norteamérica), la demanda del arte se extiende ahora a otras capas sociales y a otras zonas geográficas. En el mundo, añadiríamos nosotros, los ricos son cada vez más y los pobres también. La masificación del rico comporta querer aparentar, y el arte es uno de los bienes que otorgan más prestigio.

El descenso de la cantidad de buenas obras de arte lleva paralela una disminución de los expertos, que lo son por su contacto directo con gran cantidad de piezas, no por un conocimiento libresco.

Y la rareza de las piezas se extiende ya a las primeras vanguardias de este siglo, que están alcanzando ahora precios cada vez más altos, a veces fabulosos. No extraña, pues, que para suplir la demanda los marchantes y casas de subasta ofrezcan ahora las obras de dignísimas segundas figuras de cada movimiento importante (cubismo, surrealismo....) y también que los precios del mercado del papel (documentos, cartas) se hayan disparado. Igualmente, la obra gráfica ha subido espectacularmente en estos últimos años y la memorabilia (objetos asociados a un personaje importante) también . España, en este terreno, va corta de género -al no haber tradición coleccionista, hay poco movimiento de obras- y escasa de apasionados del arte. Pero esto tiene también su lado bueno, pues cuando salen piezas interesantes es mucho más probable obtenerlas, dada la poca competencia existente entre amateurs. No hay mal que por bien no venga.

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