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Columna
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Pena y esperanza

Con el extraordinario e histórico triunfo ante Estados Unidos, España se despidió del Mundial dejando una mezcla de sentimientos de difícil digestión. Por un lado, su comportamiento ha sido en líneas generales muy positivo. Comenzó a todo trapo gracias a su magnífico engranaje defensivo. Se posicionó de forma correcta para el decisivo cruce de los cuartos de final, pero la pifió en el momento menos oportuno, teniendo que luchar después por un objetivo a todas luces insuficiente para jugadores y afición. Finalmente, contó con entereza de espíritu suficiente para pasar el trago con la cabeza muy alta, poniendo el broche final con un éxito sin precedentes y digno de toda alabanza, por mucho Equipo Pesadilla que estuviese enfrente.

Sin duda, ha sido una gran experiencia en el proceso de maduración de un colectivo en el que se han echado en falta unas cuantas cosas necesarias poder dar el definitivo salto cualitativo. Un tirador, para no depender excesivamente de Navarro; un pívot, para que Gasol pueda en algunos momentos jugar de 3, y un base más acorde con el juego dinámico que España pretende realizar. Pero, incluso con estas lagunas, a todos nos ha quedado la sensación de que la oportunidad ha sido inmejorable para pillar un metal.

No había en Indianápolis ninguna selección fuera del alcance de la española. Además, ganar en el mismo torneo a Estados Unidos, Yugoslavia y Brasil en dos ocasiones para tener como recompensa un quinto lugar parece una broma pesada. Nueva Zelanda, perdiendo contra todo bicho viviente, alucina jugando por el bronce. Son cosas de un sistema de competición más que dudoso, pero que es igual para todos, por lo que no conviene echarle la culpa al empedrado. España falló en el momento cumbre y en el pecado lleva la penitencia. Se podría volver a cierta teoría que habla del deportista español como poco capacitado para este tipo de encuentros a vida o muerte, pero sería injusto con estos jugadores que otras veces han demostrado una capacidad que un solo borrón no debe empañar.

Como el pasado ya no tiene remedio, hay que mirar hacia el futuro. Un futuro que no está en duda, sobre todo al observar la reacción final. Porque en las malas es donde también se puede apreciar la valía de un colectivo. España ha demostrado un gran dosis de madurez tanto cuando el objetivo era grande como cuando se quedó en unas migajas. Este tipo de situaciones son las que con el tiempo van dando carácter a un equipo. Quedan dos años para los Juegos Olímpicos de Atenas, próxima cita con la historia. Unos Juegos a la que los júniors de oro deben llegar hechos y derechos, con la experiencia suficiente y habiendo vivido éxitos y decepciones como la de este Mundial, que de todo hay que aprender. Será el momento de recoger lo que se está sembrando, que es mucho y bueno.

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