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MUNDO FELIZ
Columna
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Promesas incumplidas

Promesas que no se pueden cumplir. El caldo de cultivo del presente. ¿Derecho al trabajo? Sí, pero el paro crece y más del 80% de los jóvenes tiene en España contrato temporal. Lo mismo pasa con la salud: aunque las vidas se alarguen, no es tan claro que sea para mejor. Ahí están los viejecitos y todos aquellos que dependen de los demás: una lotería. Depender de los otros, en esta época individualista, es, más que una promesa incumplida, una desgracia. Así se vive, al menos ahora mismo, esta era de promesas truncadas.

Las leyes tratan de protegerlo todo, los políticos se pelean por las leyes, como si creyeran que una ley es, en sí misma, solución. Cada ley es una promesa: ¿qué pasa luego? Ahí está el caso de Batasuna, o el de los accidentes laborales, o el de la igualdad de hombres y mujeres. Promesas incumplidas. El pan nuestro de cada día. Hasta los que se juran amor eterno fallan, aun sin quererlo y aunque lo prometan solemnemente. Las promesas, claro, son deseos: buenos deseos. Y la realidad se empeña en que lo verdaderamente importante son los hechos.

La última promesa que no se puede cumplir es la del Estado-nación, según explica el sociólogo alemán Ulrich Beck en su último libro (Libertad o capitalismo, altamente recomendable, que Paidós publicará en octubre). El Estado: he ahí la madre de todas las promesas por cumplir. Beck describe así lo que sucede: 'Por una parte, se cede al primado de la economía, (...) por otra, la globalización va tomando forma desde unos presupuestos políticos'. La globalización económica -esa que promete el crecimiento infinito- suplanta al Estado y a la política, según Beck. La entelequia más real del siglo XXI, la globalización, es así la promesa única, la gran promesa. Lo que ignora esa promesa es, según el sociólogo alemán, que 'la gente sigue teniendo necesidad de encontrar un sitio donde localizarse'. ¡Existimos! ¡Necesitamos un espacio! ¡Sorpresa! La realidad: ese inconveniente que la globalización ignora. ¿Qué diría Perogrullo?

Prometer progreso y riqueza sin ubicación concreta, sin Estado, sin lugar, sin individuos, sin tener en cuenta la pluralidad o el hambre, es el último grito en este catálogo de promesas incumplidas. La cumbre de Johanesburgo sigue la racha: los 50.000 funcionarios y políticos reunidos no son nada frente a esas 200 compañías cuya capacidad financiera es superior a la de los nueve países más ricos del mundo. ¿Por qué no una cumbre con el G-200, ese nuevo gobierno mundial en la sombra? Greenpeace ya ha comenzado a hacerlo: hay que bajar a la realidad, pura terapia colectiva. Y forzar la democracia económica.

Beck es implacable. Dice que 'la conciencia ilusoria' en la que vivimos ignora que 'aunque el neoliberalismo continúe en posición de poder, intelectualmente está prácticamente periclitado. Sus argumentos no se tienen en pie'. No se enteran, viene a decir. No nos enteramos: pedimos constantemente promesas contra la frustración de las promesas incumplidas. Una dinámica diabólica de impasse. Según Beck, en esas circunstancias los individuos 'se muestran dispuestos a soportar cualquier adoctrinamiento que profundizará en sus ideales ilusorios'. Así, dice el sociólogo, se facilita que 'el mercado mundial liquide y aplaste, como una apisonadora, los presupuestos culturales de la libertad', igual que hicieron las antiguas potencias comunistas. Y en eso centra el dilema: ¿Libertad o capitalismo? Esta es la cuestión.

Todos los diagnósticos están hechos, pues. El qué está perfectamente identificado. El lío llega a la hora de definir el cómo salir del entuerto en el que estamos. El cómo pasar de la conciencia ilusoria a la realidad o cómo pasar de las promesas a los hechos. Parece algo muy antiguo, pero es lo ultramoderno: basta con mirar por ahí con los ojos abiertos.

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