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VUELTA 2002 | Comienza con una contrarreloj por equipos

Una carrera exagerada

Montaña, escaladores, muchos 'sprinters', muchos corredores...: los números desbordan la ronda española

Carlos Arribas

Sierra Nevada y el Angliru y la Covatilla y la Pandera; Cipollini contra Zabel contra Freire contra Petacchi; Heras contra Beloki contra Casero contra Sevilla y Mancebo y Mercado y Botero y Simoni; 23 equipos (un récord), 207 corredores, tremendo; gente imprudente, como Beloki y Simoni, que se exigen ganar la Vuelta; gente prudente, como Sevilla y Casero, los héroes de 2001, como Heras, el héroe de 2000, que dicen por ahí andarán; gente callada, como Mancebo. ¿Una exageración? No, la Vuelta 2002. Hoy empieza, en Valencia, y para que quede claro que esto es una historia diferente, que no es el Giro con sus problemas, ni el Tour, la gran referencia, empieza con un prólogo por equipos.

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La Vuelta 2002 es la búsqueda del espectáculo puro y duro vía acumulación; es la Vuelta del regreso del Angliru, el puerto fetiche, el símbolo de los últimos años de la ronda española, el falo del ciclismo español, que no deja de parir escaladores aunque los tiempos cambien deprisa; es la Vuelta del descubrimiento de la Covatilla, en las alturas de Béjar, y de la Pandera, por tierras de Jaén, dos puertos que prometen; es la carrera de los derrotados del Tour, los que acabaron derrengados y que, después de un agosto de descanso y recuperación -menos Mancebo, que siguió compitiendo y ganó la Vuelta a Burgos- dicen que esto de España puede ser lo que sería un Tour, por ejemplo, en el que no estuviera el Indurain de entonces o el Armstrong de ahora, pero que tampoco es lo mismo: Beloki dice que vale, que ha quedado dos veces tercero en el Tour y una vez, este 2002, segundo, pero que eso no quiere decir que es el mejor tras Armstrong. Afirma que para ser el mejor tiene que ganar algo, tiene que ganar esta Vuelta, la Vuelta de una vez, lo que le repite también su director, el del ONCE-Eroski, Manolo Saiz. Y ganarla definiendo su propia estrategia, sin ir a la contra. ¡Qué presión! ¡Qué tensión!

¿Tensión? Bah... La Vuelta no es el Tour, que llegan los ciclistas como soldados hacia la escabechina, mirada sombría, cuello doblado, como contando las baldosas, que si el pelotón grande, que si las carreteras estrechas, que si los nervios, las caídas... Los fisiólogos, los que estudian cuánto cuesta dar una pedalada y subir un puerto y acelerar en un sprint, los que miden los latidos del corazón para saber cuánto se esfuerza un organismo, han concluido que dan lo mismo etapas de 220 kilómetros que de 140, que da lo mismo el Tour que la Vuelta: son igual de duras. Pero los fisiólogos no pueden medir los intangibles, la sensación pura. No hay instrumentos para ello, sólo el olfato, la vista, los sentidos. Ahí se endurece el Tour: es un martirio; la Vuelta es una fiesta. La alegría del ciclismo.

Septiembre en Valencia, solo, hotel con piscina y playa, tumbonas y siestas a la sombra. Aire de vacaciones. Los ciclistas del Telekom, el de Zabel, salen del comedor y arrastran los pies somnolientos, se sientan en tertulia, cuentan chistes, se ríen. ¿Guerra? ¿Qué guerra? Esto es la Vuelta.

¿Dónde está el Giro? En la carrera italiana, más escándalos que ningún año -el dopaje de los líderes, el probenecid de Garzelli, la cocaína del dentista, de la tía, de los caramelos de Simoni...-, el ciclismo transalpino descendió a su punto más bajo. Ganó la carrera un tal Savoldelli, más conocido como arriesgado bajador de puertos que como alado escalador, que llega a la Vuelta obligado por contrato para liderar a un equipo que lleva meses sin cobrar, el Alexia; y a Simoni, al imponente ganador de 2001, lo echaron por el turbio asunto de la cocaína -luego no fue sancionado porque se admitió su coartada: la coca estaba insidiosamente escondida en unos caramelos de miel, balsámicos, que le habían llegado de Perú-. Pero Simoni, que se sintió estafado, voceó en agosto que iría a la Vuelta para ganarla, que la carrera española sería la de su redención, la reparación de una injusticia. Y su discurso hizo fortuna, se extendió por los campos del ciclismo italiano, sedientos, y floreció. De repente, no es Simoni el que ve en la Vuelta el punto de despegue, es todo el ciclismo italiano el que se examina en España, el que busca reencontrarse. Y Cipollini, el líder del show-ciclismo, que había amenazado con retirarse porque en el Tour, tan serios, tan circunspectos y reglamentistas, no querían ni a Simoni ni a su equipo, ni tampoco le quisieron a él, al Supermario y a su Acqua & Sapone, también se sumó a la corriente. Dio marcha atrás y está en la Vuelta -una carrera de la que fue expulsado hace dos años por darle un puñetazo a Cerezo: viva el espectáculo-. Y ocho equipos italianos convertirán a la Vuelta en su particular Giro di Spagna.

En Valencia luce el sol y la Vuelta es una fiesta y la fiesta, el aire de fiesta, es una niebla que diluye los problemas. Cuando el Tour, todos lloraban y se preocupaban. El futuro del ciclismo no existe, decían. No hay patrocinadores. Los asuntos negativos lo hunden, la mala publicidad, el dopaje. El discurso se ha olvidado, se ha encerrado en un paréntesis, pero la realidad se mantiene. El Kelme tendrá que reducir efectivos y sobrevive gracias a las ayudas del Gobierno valenciano; el iBanesto.com, el gran histórico, no puede elaborar una estrategia a más de un año vista; otros equipos extranjeros desaparecen, Freire, el campeón del mundo, tarda en encontrar acomodo y hasta la Vuelta, el reino de la felicidad, ha podido solucionar sus problemas de patrocinadores gracias a las aportaciones de última hora, del Ministerio de Agricultura y de la Junta de Castilla y León.

Ángel Casero, el ganador en 2001, repasa el libro de ruta de la Vuelta tras el entrenamiento de ayer.
Ángel Casero, el ganador en 2001, repasa el libro de ruta de la Vuelta tras el entrenamiento de ayer.EEF

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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