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Columna
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Camps

Francisco Camps abandona la Delegación del Gobierno del mismo modo que la ocupó: con un rapapolvo a la oposición. Hasta él ningún otro inquilino del Palacio del Temple había aprovechado -al menos de forma tan procaz- las circunstancias del cargo para tratar de zapar al adversario y para instituirse a sí mismo. Sin embargo Camps, acuciado por la dinámica preelectoral de su acontecimiento, lo ha hecho. En esto, ha introducido una anomalía en la función y en la perspectiva de un importante cargo que, después de todo, no se puede concluir que haya sido el mejor capítulo de una carrera política, la suya, que ha sido más diversa que intensa. Pero a pesar de la impronta pendenciera de unas parrafadas diseñadas a propósito para los gloriosos informativos de Canal 9, Camps se ha llevado la peor parte en este asunto. Ha sido la principal víctima de la estrategia de su partido, que lo designó para la Delegación del Gobierno sin otro objeto que asegurarle una presencia más o menos justificada y constante en los medios de comunicación hasta que tomase el relevo de Eduardo Zaplana. En ese furor electoral no sólo ha llegado a distorsionar su frágil imagen de hombre de diálogo, en la que tanto empeño había puesto en sus días de consejero de Educación desde los entresijos del pacto lingüístico, sino que ha estado desfilando todo el tiempo con el pie cambiado puesto que los acontecimientos no compartían el entusiasmo del discurso que le habían preparado. Sin duda, su gran error ha sido no salirse del guión que otros le habían asignado y tomar la iniciativa ante el desarrollo de esos acontecimientos. Dentro de unos meses al ahora ya sólo candidato del PP a la presidencia de la Generalitat se le va a reproducir un escenario similar y tendrá que optar de nuevo por seguir el guión al pie de la letra o, por el contrario, transgredirlo para ser él mismo en función de las circunstancias. Camps debe tomar la grave decisión de si quiere ser el chófer de Zaplana, para que éste le llame Bautista y le marque los itinerarios, las velocidades y el destino, asumiendo todo el riesgo de la operación, o bien si da por cerrada la etapa de su antecesor y resuelve por sí mismo. Y ahí le esperan unos y otros.

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