La libertad y el 'salto de caballo'
La revolución no ha terminado
Esta temporada, en principio, será la de la máxima seguridad en la defensa y el orden férreo. Louis van Gaal ha traído un juego de tuercas y el equipo completo de agrimensor. El estilo es contagioso: corren vientos de ajuste y hasta las estrellas tendrán que atornillarse bien al esquema del puesto de mando. Poper, el gran liberal de La sociedad abierta y sus enemigos, consideraba, no obstante, que no hay seguridad sin libertad. La paranoia del orden puede dar una sensación de seguridad inicial, pero es una idea simple que, a la larga, se estrella contra la complejidad. Y el fútbol, pese a las apariencias, es un deporte complejo, con un abanico de probabilidades inmenso. Mucho más que el ajedrez. Cada jugador, incluso el menos apto para ello, puede ejecutar un salto de caballo, un quiebro imprevisto, que desbarate la topografía del poder. Por el contrario, el excesivo control, la rigidez táctica, puede dificultar la circulación, absolutamente individual, neurológica, entre las ideas y la punta del pie.
Si hoy se escribiese el Auge y caída de las grandes potencias futbolísticas, el Deportivo de A Coruña merecería un apartado singular, a la manera, en el plano histórico, de la Suecia de Gustavo Adolfo. No hacía el paripé de una gran potencia, pero metía un respeto del copón. El Deportivo, hora es de que se lo reconozcan, no ha protagonizado en los últimos años una simple aventura, sino toda una revolución contra el Antiguo Régimen futbolístico. Ha profesionalizado la gestión. En las clasificaciones, ha roto las jerarquías tradicionales. El fútbol, al menos en el campo, se ha hecho más igualitario y descentralizado. Por supuesto, las redacciones deportivas de La Primera y Antena 3 todavía no se han enterado y, cuando no hablan del Madrid o del Barcelona, parece que tratan de un fenómeno paranormal en la periferia.
Pues la revolución no ha terminado. En el equilibrio entre seguridad y libertad, el Deportivo parte en una posición de madurez. Hay una alternativa al orden rígido y es el despliegue armónico, ese acordeón que toca el vals, pero que no renuncia a la súbita alegría de una polca y que cuenta con media docena de valientes cualificados en el salto de caballo, en la precisión audaz, en la quiebra de las maquinarias pesadas.
El orden del ingeniero Irureta se basa en la confianza, ese valor tan quemado en el capitalismo impaciente. Incluso le ha dado una nueva oportunidad al brasileño Djalminha, de quien nadie duda que pueda ser un crack, pero nadie tiene la seguridad de que lo sea.
Djalminha lucha contra el mundo. No es precisamente un bombero, le excita jugar con fuego. El día en que queme su sombra con unas hojas de laurel, el peso de su enojo, y descubra a su equipo y la alegría que almacena el balón, será un tipo libre con fuego en las botas. Pero, hablando de confianza, si hubiera que darle las llaves de Riazor a alguien sin duda sería a Mauro Silva, el mejor jugador de la última década en la Liga española. ¿O no?
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