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LA OTRA MIRADA | VALENCIA
Columna
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Siesta en el limbo

El campeón se enreda en sus laureles

Miquel Alberola

Si se prescinde de las emociones -si es posible en el fútbol desconectar el corazón del cerebro-, en todo el recorrido deportivo del Valencia no hay un solo indicio que lleve a pensar que el equipo sea capaz de producir una intromisión estructural en el bipartidismo establecido por los dos clubes que sostienen y alumbran el firmamento de la Liga española. Al Valencia, como a todos aquellos equipos que no son el Madrid ni el Barcelona, es probable que sólo le quepa aspirar a que estos dos astros se achicharren en su propio resplandor sideral para poder sacar así algún beneficio a la competición.

Ésa fue, en estricta caricatura, la médula de la epopeya de la pasada Liga: aprovechar el pinchazo del Madrid y el Barça, y sobre todo el del Deportivo, para que la trayectoria regular del Valencia, con su escasez de goles, se nos antojase la cola de un cometa. Puede que, después de todo, el Valencia ni siquiera sea un equipo de esta galaxia; y, puesto que no posee un brillo constante de luz propia, acaso sólo se trate de un asteroide.

Ésa fue siempre su identidad, en simetría al cometido desempeñado por la Comunidad Valenciana en España, y en ella nos hemos estado reconociendo todo este tiempo. Y ésa debe ser: buscar algo gordo contra lo que chocar y hacerlo añicos para hinchar un globo de metafísica y compensarnos a sus seguidores por la fatalidad de haber desarrollado este inexplicable afecto.

Sin embargo, la obtención del título de Liga ha difuminado en gran parte esa sustantividad y ha creado una ilusión fractal en la que el Valencia ya se ha enquistado para siempre en la cima de ese Universo en el que los terceros sólo son bien vistos por el segundo cuando fastidian al primero.

Esa misma pirotecnia, de origen oficial, ha servido para ocultar la deuda contraída por el Valencia, de unos 126 millones de euros, que, contextualizada en la dulce coyuntura económica de que ha gozado el equipo en los últimos años, pone al club, todo lo forrado de laurel que se quiera, al borde del abismo.

Por una parte, el Valencia había jugado dos finales consecutivas de la Champions, lo que le reportó -publicidad, televisiones y venta de entradas aparte- unos ingresos de más de 63 millones de euros. Y, por la otra, había efectuado traspasos por los que había obtenido dividendos muy jugosos. Pero todo ese movimiento de caja no ha servido para llenar el agujero ni para que la inspección de Hacienda deje de pisarle los talones.

El Valencia es víctima de su propia estrategia: no dispone de dinero para fichar y poder corregir los principales defectos del equipo y quisiera vender a algunos de sus jugadores más emblemáticos para enjugar la deuda aun a riesgo de aumentar su vulnerabilidad deportiva. En consecuencia, puede morir aplastado por la lápida que esculpió con su gesta durante la pasada Liga y por el clembuterol psicológico que le están embutiendo sus gestores. Lo nuestro es siempre sufrir.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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