Luis-Torres, capítulo II
Se repite el desafío: construir una estrella
El Atlético ya está otra vez en su sitio, la Primera División, pero sigue inmerso en un desafío que dejó sin acabar en su bienio por los infiernos: la construcción de una estrella, Fernando Torres. A ojos de la mayoría, que esperaba mucho, la obra sufrió un retroceso. Entre esa mayoría no se encuentra Luis Aragonés, empeñado desde el primer día en jugar este partido a otra velocidad. Más lenta, pero también más arriesgada. Tanto, que el jugador, que viene con más prisas, acabó del entrenador hasta la coronilla el curso pasado, con ganas incluso, tras algún arrebato, de dar un portazo e irse.
Hace un año, más o menos por estas fechas, Luis recibió al chico armado de prejuicios, indignado con los adjetivos que colgaban tan pronto de sus bocas. Y, además, muy a disgusto con lo que se le grabó la primera vez que acudió a verle en escena, en las semifinales de la Copa 1999-2000, ante el Zaragoza: la mirada arrogante que le dirigió al entonces entrenador, Fernando Zambrano, cuando decidió sustituirle. Al tiempo que conservó los recelos sobre sus prestaciones, Luis estableció su clásico a éste hay que bajarle los humos y se puso manos a la obra.
Garantizado el compromiso de la plantilla con su pericia habitual -especialmente con alardes en la defensa de los derechos económicos del grupo que, al paso que va el verano, le va a tocar repetir en este curso-, Luis, mientras ponía al Atlético rumbo a Primera, comenzó a lidiar un combate paralelo con Fernando Torres. Un trato de marcada indiferencia, muy cercano al desprecio, unas cuantas bofetadas al orgullo del jugador -le adjudicó un dorsal del filial que luego la mercadotecnia del club le obligó a cambiar por el nueve- y numerosas suplencias, que casualmente solían aparecer en las semanas en las que los medios de comunicación más espacio dedicaban al futbolista. También reproches directos al delantero y comentarios escépticos sobre él, siempre extraoficiales, ante oídos minuciosamente seleccionados. Todo con un olor exagerado a premeditación.
El mismo aroma a preestablecido que destila el repentino cambio de actitud del técnico en el curso que ahora empieza. Torres tuvo que pellizcarse en la primera sesión de entrenamiento cuando, tras un sencillo movimiento, le escuchó pronunciar a Luis: 'Bien, Fernando'. Unos cuantos guiños más que tienen al chico gratamente desconcertado insinúan que el preparador ha dado por concluida la primera lección, la de coger al alumno crecido por la pechera. Arranca el segundo capítulo de un guión muy repetido tanto en el cine -Oficial y caballero- como en el currículo de Luis. La temporada pasada tocaba partirse la cara a puñetazos y... casi, casi. En ésta, El Niño acabará abrazándose al sargento tras marcar un gol. Lo dice el manual.
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