_
_
_
_
LOS NÚMEROS | El gasto se reduce drásticamente

POÉTICA DE LOS TIEMPOS DUROS

El caso Ronaldo demuestra que ahora ni los mejores futbolistas pueden decidir su destino

Santiago Segurola

El verano ha descubierto al fútbol una cierta poética de la economía. Poética del repliegue en los tiempos duros, como si no hubiera más remedio que refugiarse en los cálidos territorios conocidos porque fuera hace un frío del carajo. Por lo visto, han terminado los alegres años del dinero, del expansivo y juguetón mercado que invitaba a todo el mundo a aventurarse por otros lugares, según las reglas que hicieron ricos a muchos jugadores, a sus agentes y a la codiciosa fauna que frecuenta las madrigueras del fútbol. Han sido cinco o seis años en que ha prevalecido lo efímero porque había prisa por hacer fortuna a toda costa, años en que los viejos códigos no importaban o estaban desacreditados, según la idea de toma el dinero y corre, lo que derivó en el filibusterismo, practicado por todos.

Sólo queda espacio para los retornos: los de Van Gaal, Alfonso, Karpin...

En el Madrid desembarcaron hace seis años Panucci, Roberto Carlos, Suker, Mijatovic y Seedorf. Una temporada después llegó Karembeu tras una negociación tan larga y ardua que hizo creer al personal que era Maradona y no el mediocre jugador que es. Tres años después todos estaban fuera, excepto Roberto Carlos, del que se recuerdan ciertos desagradables gestos en el campeonato anterior, cuando unos pocos jugadores, y sus agentes, podían presionar a los clubes porque todavía colgaban billetes de los árboles.

Roberto Carlos no presionará al Madrid este año, ni Panucci abandonará el Roma como abandonó el Madrid, el Inter, el Chelsea y el Mónaco. Por si acaso, ha firmado un contrato de cinco años. Se ha vuelto sedentario. Se acabaron los días en que los jugadores, casi cualquiera, determinaban el futuro a su antojo. Bastaba la visita de un comisionista a los despachos del club para causar dos efectos: el traspaso del jugador o el incremento de su contrato. Siempre había otro equipo dispuesto a comprar caro, menos por que el mercado fuera estúpido que por la grasa del dinero. Todos salían beneficiados del tráfico, incluidos los dirigentes, tan interesados como los futbolistas en mover el dinero y, si era posible, sacar el tanto por ciento no declarado.

Este periodo, tantas veces abocado a la inmoralidad, se ha cerrado a la fuerza este verano. El fútbol resiste cualquier economía, pero no es inmune a sus efectos. Y ahora se vive una intensa crisis, más aguda aún en los sectores que le han surtido de abundante gasolina, especialmente la industria de las comunicaciones. Había signos en el horizonte que se concretaron con la quiebra de la británica ITV digital, cuyo contrato en exclusiva con la Primera División inglesa se ha ido al garete, con la amenaza de desaparición de varios clubes. Más o menos por la misma época se hundía el imperio Kirch en Alemania y poco después se sabía de una renegociación a la baja del contrato televisivo en la Liga italiana. No sólo se ha secado el surtidor, sino que el riesgo de desplome es cada vez más evidente: los clubes tienen que manejar los tremendos contratos de la burbuja de oro en una época de graves penurias.

Aquí no se mueve nadie. Los agentes ya no acuden a los despachos para exigir aumentos en los contratos. Saben que el mercado está seco, que nadie va ofrecer un euro de más en ninguna parte. En todo caso, acuden para desactivar operaciones a la baja, porque los equipos quieren soltar a toda costa el multimillonario lastre de muchos jugadores ahora inservibles.

Sólo ha quedado espacio para una especie de melancólica lírica del retorno, de la vuelta a casa, que es lo que sucede cuando todo se vuelve inhóspito ahí fuera. Ésta es la Liga del regreso de Van Gaal al Barça, y el de Alfonso al Betis, y el de Karpin a la Real, su primer equipo en España, y el de gente que ha regresado antes de salir, como Urzaiz en el Athletic, o los inmóviles retornos de Djalminha o Kily González, perennemente peleados con sus entrenadores, pero no hasta el punto de marcharse, porque su desafío era de otro tiempo, cuando los futbolistas decidían su destino sin ningún problema.

Eso se acabó. Ahora ni los mejores tienen ese privilegio. Ahí está Ronaldo para demostrarlo. Él también quería regresar, pero con sus condiciones, sin entender que se ha producido un cambio radical en las reglas. Ronaldo y su gente no han estado atentos a lo que sucedía a su alrededor mientras sanaba sus rodillas. Creyeron que estábamos en 1997, que esto era un mina y que podían hacer con el Inter lo que consiguieron con el Barcelona. Pensaron que el fútbol funcionaba todavía como un condescendiente territorio para sus caprichosas estrellas. Y no, Ronaldo no ha vuelto. Se ha enterado de que las condiciones las ponen otros, no él. Conviene tomar nota.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_