El Rey
92 El antedespacho en el palacio de Marivent es, como el de todos los palacios, amplísimo. Se siente uno insignificante entre tanta afirmación de inmortalidad: retratos al óleo, bustos en mármol, tantísimas antigüedades...
-¿Se le han perdido a usted unas erres? -la voz socarrona del Rey me sorprendió inclinado ante una mesita anoréxica cuya función en este planeta era sostener a metro ochenta de altura una maceta vacía, tal vez fuera una vasija grecorromana, yo qué sé, el caso es que no vi las tres erres que buscaba, la marca con la que Salvador Tresserres señalaba sus falsas antigüedades que ocultaban diamantes de contrabando... y que el Rey conocía.
-Buenas tardes, Majestad o como se diga, no sé si me expreso correctamente, ya sabe, los plebeyos...
-Sería mejor que dijera usted buenos días, dado que son las once de la mañana.
Se rió el Rey, con el cuerpo arqueado, echando la cabeza hacia atrás, pero enseguida me ofreció sus dos manos extendidas en señal de disculpa por la risa.
-Pero Paco, ¿cómo has podido ser tan torpe? -se indignó Laura, excitada de haber visto al Rey por delegación-. ¿De qué le gusta hablar? ¿Es campechano, es simpático, es muy aburrido ser Rey? ¿El Príncipe Felipe se casaría con una divorciada, le gusta viajar, viaja mucho, viajaría con una divorciada si la divorciada fuera yo?
-Pues la verdad es que, en cuanto a los viajes -dijo el Rey, solemne-, vamos un poco justos este año, querido veterinario Francisco. El objetivo del déficit cero nos ha dejado pelados, como se dice en la calle, ¿no?, y no se puede afirmar sin faltar a la verdad que este año hayamos viajado mucho. Para alejar la melancolía, sin embargo, la Reina y yo, los Duques de Lugo, los Duques de Palma y el Príncipe sin Duquesa, nos reunimos alguna vez en un salón del palacio, nos vestimos con trajes de países exóticos y saludamos al vacío agitando la mano. De esta forma nos hacemos la ilusión de que viajamos.
-Imagino que preferirían viajar -le di un poquillo de coba.
-Hombre, pues claro -dijo-. Uno es Rey para algo también, ¿no? ¡Pero es sin duda lógico que suframos restricciones! Y disculpe la entonación discursiva, pero, dado que mi relación con el común de los ciudadanos suele ser a través de discursos, singularmente el de Navidad, siempre que tengo delante a un ciudadano me sale la entonación discursiva. Es lógico, decía, que se reduzcan los viajes, porque es papel de la Familia Real dar ejemplo de austeridad.
-Pero también es papel de la Familia Real representar al Estado en el exterior -dijo Laura, indignada como una tertuliana de radio-. ¿O no podría hacer nada con Marruecos?
-Eso le he dicho yo.
-¿Y qué te ha dicho él?
-Yo te rogaría, querido veterinario Francisco, que no me tiraras de la lengua.
-El Rey viaja cuando toca -fue de las últimas cosas que había dicho Aznar antes de perder la memoria.
-Y nunca toca, nunca toca -se lamentaba el Rey-. Si no va a ir nadie a Johannesburgo, a la Cumbre Climática, podría ir yo, ¿no?. Pero nada. Es más difícl que toque un viaje que la Primitiva.
93 -Tiene usted que partir de inmediato -me dijo Mariano Rajoy-. Aquí tiene una lista de los individuos a los que servía el anticuario Tresserres. Tendrá que visitarles, acercarse a sus muebles, encontrar el compartimiento secreto y recuperar los diamantes. Más fácil, imposible. Hasta un niño de cinco años sabría hacerlo. Aquí tiene una lista de niños de cinco años por si le surgen problemas.
-Pffffrxxt -entró en el salón Federico Trillo, conteniendo la risa.
-¿Y tú de qué te ríes ahora, Federico?
-El Presidente está cumbre sin memoria -dijo Trillo-. Le enseñamos telediarios para que recuerde y se monda. Dice que es imposible que nadie hiciera tantas cosas y que cómo puede ser que los españoles crean eso.
-Ahora sería interesante preguntarle por Simbotas -dije-. En su actual estado amnésico podría recordar algo importante.
-¡Será posible! -se quejó Rajoy, esta vez enfadado en serio-. El Presidente ha perdido la memoria, media clase política tiene en su casa diamantes de contrabando, y el caballerete quiere preguntar al Presidente por un gato.
-Oye, Paco, que no se queje tanto, que al fin y al cabo es para lo que te contrataron -protestó Laura- ¿Y por qué tienes que ir tú a recuperar diamantes? ¿No tienen a nadie más?
-Ay, amigo -se lamentó Federico Trillo-, mis federiquitos están en la costa levantina, autoatribuyéndose los delitos veraniegos.
-Mayor y Rato coordinan el regreso a Moncloa. Su propio regreso, quiero decir -Rajoy se apartó un instante el puro de la boca-. Tienen que coordinarse para no volver juntos: si coincidieran se despellejarían.
-El Pdresidente no puede pedmanecer ni un minuto más en una casa implicada en tráfico de diamantes y perdsonas -dijo Acebes.
-Rajoy ha tomado el control de la situación, Laura. Ahora Simbotas no interesa a nadie -concluí, algo decepcionado.
-¿Qué te dijo el Rey del gato?
94 -Hábleme de su amor por los animales, Majestad.
-Pues así, en frío -el Rey recargó su paciencia-, qué quiere que le diga, querido veterinario Francisco. El Rey no puede permitirse hacer frases sin ton ni son sobre los temas más variados, porque las frases de un rey quedan para la posteridad. Tal vez usted piensa que un rey es como una máquina de tabaco o de refrescos, a la que basta con pulsar un botón para que ¡pum! salga una frase o pensamiento certero. Pues no. Para que salga una frase correcta es necesario un ejército de asesores, y no siempre se acierta. Por eso el Rey habla poco en público.
-¿Conoció usted al gato Simbotas?
-Todos los animales son muy simpáticos -se puso a la defensiva.
-Murió envenenado, Majestad.
-La Constitución me impide hacer el comentario que cualquiera haría sobre la suerte corrida por un inocente gato entre políticos.
-¿Alguna vez el gato Simbotas tuvo con usted un comportamiento, digamos, poco correcto?
-Ay, mi querido veterinario Francisco. En presencia del Rey nadie tiene un comportamiento poco correcto, ni siquiera los gatos. Y en el caso de que alguien tuviera un comportamiento poco correcto, aunque se tratara de un gato, el Rey no lo comentaría, precisamente porque se trata del Rey.
-¿Y si no me lo comenta como Rey?
-Si quiere que alguien le comente algo sin ser el Rey, me temo que no está usted hablando con la persona más adecuada.
-Comprendo.
-¿Por qué sabía usted que buscaba tres erres en esa mesilla? -me atreví a preguntar.
-El Rey tiene mucha información, querido veterinario Francisco, pero no puede utilizarla así como así. Sería demasiado humano. Si los ciudadanos me vieran demasiado humano, se rompería la magia. Por eso al Rey no le gusta en demasía que se le hagan imitaciones o caricaturas de su figura, porque las caricaturas humanizan, y es siempre inconveniente para un Rey que su humanización la manejen otros.
-¿Y tampoco puede darme una opinión sobre el gato Simbotas?
-¿Le parece que hay algo más humano que chismorrear sobre el gato del vecino, querido veterinario Francisco?
-Claro -asentí-. Para usted la monarquía está por encima de todo.
-Normal -admitió el Rey-. Y más después del decretazo. Imagínese, si me quedara en paro, adónde voy con mi currículo. Y si tengo que aceptar la primera oferta que me llegue del Inem, no quiero ni pensarlo. ¿Qué hago si me ofrecen algo a treinta kilómetros, yo qué sé, la alcaldía de Chinchón? Y teniendo que pagar la casa del niño, que no se emancipa ni a la de tres.
95 -Un momento, un momento, Paco. ¡¿Tú has visto esta lista?! -exclamó Laura, toda la mañana entre signos de admiración.
Doblé otra camisetita de Marta, la última, la coloqué en su pilita, junto a los pantaloncitos, también dobladitos, como si jugáramos a miniaturitas. ¿Por qué no se puede dejar la ropa de un bebé sin doblar? Se acabó disponer de la servidumbre de Palacio para atender nuestras preocupaciones domésticas.
-No me he fijado. Creo que el primero es Pujol, ¿no?
-Pujol, Maragall, Fraga, Arzalluz, González, Zapatero, Chaves, Méndez, Fidalgo... -me cantó Laura.
-Pujol -dije, regresando a la ropita de Marta, plegando ahora los calcetinitos, doblándolos sobre sí mismos para formar una pelotita, Laura dijo qué haces, no los dobles así, me los quitó- lleva mil años mandando. Es lógico que el Rey haya recomendado su anticuario a gente tan variada.
-Pero Paco, ¿no te das cuenta? -me riñó Laura-. Casi todos los de la lista son rivales de José María Aznar.
Se oía un gran alboroto al otro lado de la puerta de nuestra habitación. Carreras, voces, tropiezos.
-El Presidente -jadeó Jaume Matas- quiere afeitarse el bigote.
-Ha sido Celia -jadeaba más Arias Cañete por razones obvias-, que le ha convencido para teñírselo de rojo y ahora, en lugar de Charlie Chaplin, parece Charlie Rivel.
Mañana, vigésimo tercer capítulo: En casa de Twedlede y Twedledum.
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