_
_
_
_
PERFIL

La oscura muerte de Abu Nidal

Que la muerte de Abu Nidal, extraña y violenta como toda su carrera, coincida con el apogeo de Osama Bin Laden tiene su lógica histórica. El palestino Abu Nidal fue en los años setenta y ochenta del pasado siglo el máximo representante de un terrorismo árabe de raíz secular y nacionalista; el saudí Bin Laden se ha convertido en nuestro tiempo en el gran promotor internacional de un delirio homicida basado en el integrismo musulmán. Tal ha sido la evolución política esencial en las últimas cuatro décadas del complejo universo situado entre Casablanca y Yakarta: la expresión nacionalista e izquierdista del rechazo a Israel, Estados Unidos y, en general, Occidente ha dado paso a la expresión religiosa y apocalíptica.

Poco o nada religioso, Abu Nidal ordenaba sus ejecuciones a altas horas de la madrugada, desde sus refugios secretos y con mucho whisky en el cuerpo

Hace unos días, Abu Nidal se suicidó de un tiro en la boca en su casa de Bagdad cuando iba a ser detenido por agentes de los servicios secretos iraquíes. Ésta es la versión que, apoyada por unas fotografías, ha ofrecido el régimen de Sadam Husein. Como este régimen tiene poca o nula credibilidad y como todo en la vida de Abu Nidal es de lo más oscuro, puede que fuera así y puede que no. Lo obvio es que a Sadam le viene muy bien la muerte de Abu Nidal para quitarle un argumento adicional, el de la presencia en Irak del ominoso terrorista, a la discutida acción militar en su contra que prepara Washington. 'Es posible que Sadam haya decidido que era el momento oportuno para deshacerse de él', afirma el ex agente israelí David Kimche. Es muy posible. Lo que también es seguro es que nadie va a pedir una investigación exhaustiva del suceso. En realidad, muy poca gente, incluso entre los palestinos y los árabes, ha llorado la desaparición de este hombre de 65 años de edad y posiblemente enfermo de leucemia.

Objetivo: matar

En los archivos del FBI, la CIA, el Mossad, el MI6 y todos los demás servicios de espionaje del planeta, los ficheros sobre Abu Nidal llenan muchas estanterías y ocupan mucha memoria dura de ordenador. En los pasados años setenta y ochenta, Abu Nidal fue tan célebre universalmente por sus crímenes como hoy lo es Bin Laden. Sus esbirros, que llegaron a ser unos 2.000 y estaban agrupados en un tinglado llamado Fatah Consejo Revolucionario, mataban, selectiva o indiscriminadamente, en Londres, París, Madrid, Roma, Bruselas, Viena, Kuwait, Beirut, Atenas, Estambul y Túnez. Cuando los ataques eran indiscriminados, como los tiroteos en los aeropuertos de Roma y Viena y la sinagoga de Estambul, las víctimas eran judíos y occidentales que simplemente estaban allí. Cuando los asesinatos eran selectivos, caían colaboradores palestinos de Yasir Arafat o diplomáticos y espías de países árabes.

¿A quién servía Abu Nidal? En primer lugar, a una visión extremista y desesperada del combate palestino que consideraba una traición el realismo y la moderación crecientes de Arafat. En segundo lugar, a los servicios secretos del régimen autoritario árabe que en cada momento le apadrinaba, y Abu Nidal desarrolló un arte particular para ser adoptado sucesivamente por el Irak de Sadam, la Siria de Hafez el Asad y la Libia de Muamar el Gadafi. Bien hizo el periodista británico Patrick Seale al titular así su biografía del personaje, publicada en 1992: Abu Nidal, a Gun for Hire. Abu Nidal era una pistola, un arma de alquiler.

Abu Nidal se llamaba en realidad Sabri al Banna, y era todo un hijo del drama de los palestinos. Nació en 1937 en Jaffa, en lo que entonces era la Palestina bajo mandato británico, en el seno de una familia que no era pobre, sino que, al contrario, poseía prósperos naranjales, vivía de un modo acomodado y era ampliamente respetada por árabes, judíos y occidentales. Pero en 1948 los Al Banna tuvieron que abandonar su hogar y sus propiedades en Jaffa ante el asalto de los soldados judíos que alumbraban el Estado de Israel. Para el chico de 11 años fue un espantoso trauma, que se prolongó con las estancias en campos de refugiados de Gaza, Cisjordania y Jordania. Luego, Abu Nidal estudió ingeniería en Egipto, pero no llegó a terminar la carrera; montó negocios en Jordania y Arabia Saudí, y a finales de los años sesenta se incorporó a la OLP y adoptó el alias de Abu Nidal, que en árabe significa El Padre de la Lucha.

En 1974, Abu Nidal rompió con un Arafat que, en su opinión, se estaba haciendo demasiado realista, acomodaticio, templado, toda una paloma. Fundó Fatah Consejo Revolucionario y comenzó su colaboración con el teóricamente más radical régimen baasista de Bagdad. Muchas de sus acciones de los años siguientes tuvieron como víctimas a los enemigos árabes de Irak, empezando por la también baasista Siria. Pero en 1982, Sadam Husein, que en su guerra contra el Irán del ayatolá Jomeini quería presentarse como un defensor de los árabes moderados y de Occidente, le puso de patitas en la calle. En uno de sus muchos cambios de chaqueta, Abu Nidal se trasladó desde Bagdad a Damasco y comenzó a trabajar como sicario para Hafez el Asad y sus mujabarats o servicios secretos. Dado que Hafez el Asad odiaba al rey Hussein, Damasco comenzó encargándole la eliminación de todos los diplomáticos y agentes jordanos que encontrara a tiro.

En los años ochenta, el grupo de Abu Nidal, protegido por los sirios, tenía una oficina abierta en Beirut, además de bases en los campamentos de refugiados palestinos de los suburbios de la capital libanesa y de Sidón y en el valle de la Bekaa. Este cronista era corresponsal allí y recibía comunicados verbales o escritos de representantes del hombre considerado entonces el terrorista más peligroso del planeta. Uno de ellos, estremecedor, informó en 1986 del asesinato de Alec Collett, un periodista británico que había sido secuestrado en Líbano el año anterior. Era, según el comunicado, la muestra de solidaridad de Abu Nidal con la Libia de Gadafi, que acababa de sufrir un severo bombardeo estadounidense.

Despótico y violento

Uno o dos años después, Hafez el Asad también quiso ponerse el traje de dirigente no hostil a los estadounidenses y ordenó que Abu Nidal saliera de Damasco. Esta vez fue Gadafi el que recibió con los brazos abiertos a un personaje que, según testimonios de ex miembros de su grupo, era extremadamente paranoico, despótico y violento. Poco o nada religioso, Abu Nidal ordenaba sus ejecuciones a altas horas de la madrugada, desde sus refugios secretos y con mucho whisky en el cuerpo. Un procedimiento que le encantaba para castigar a los disidentes de Fatah Consejo Revolucionario era enterrarlos vivos con un pequeño tubo metálico en la boca para que pudieran respirar. Por ese mismo tubo llegaba más tarde la bala que ponía fin al calvario. Otro de sus métodos favoritos para arrancar 'confesiones', según Seale, era 'freír' los testículos de los sospechosos.

Tras haber empleado el mismo calificativo para Sadam y Hafez el Asad, Abu Nidal agradeció la hospitalidad tildando a Gadafi del 'verdadero Saladino de nuestro tiempo'. Sin embargo, el caudillo libio también llegó a la convicción, a lo largo de los años noventa, de que si quería seguir manteniéndose en el poder, tenía que limitar a lo verbal su odio a Israel y Estados Unidos. Hacia 1998 expulsó de Trípoli a un Abu Nidal que probablemente ya estaba enfermo de leucemia. A partir de ahí se le situó de nuevo en Bagdad, aunque, en su versión oficial de la muerte del terrorista, el jefe de los servicios secretos iraquíes afirmó que acababa de llegar a la capital iraquí procedente de Irán. Este dato sonó a una manera de echar el muerto al vecino y eterno rival de Sadam.

Hacía años que ningún servicio secreto o autoridad policial o judicial atribuía atentados a Abu Nidal. Su grupo estaba prácticamente disuelto, aunque él siguiera manejando grandes sumas de dinero y explotando con fines de mera supervivencia sus viejos contactos con los mujabarats de regímenes dictatoriales árabes. El terrorismo integrista de Hezbolá, Hamás, Yihad Islámica, el GIA y Al Qaeda tomaba con fuerza el relevo del de individuos o grupos seculares como Abu Nidal y Carlos el Chacal, e introducía un nuevo y escalofriante método de acción: el suicida, el kamikaze. Así que el enfermo Abu Nidal sólo esperaba que alguno de sus antiguos patrones le propinara el tiro de gracia. Era, como dice David Hirst, 'un patriota que se había convertido en un psicópata'.

La sombra de una sospecha

ARAFAT Y SU GENTE sostienen que Abu Nidal también trabajaba para Israel. Es un hecho que Abu Nidal asesinó a numerosos dirigentes moderados de la OLP, incluido Abu Iyad, el brazo derecho y jefe de los servicios de inteligencia de Arafat. También lo es que muchos de sus atentados fueron el desencadenante de acciones bélicas israelíes, y el caso más famoso fue el tiroteo del embajador de Tel Aviv en Londres, que sirvió de último pretexto para la invasión de Líbano en 1982. Pero en su libro, Seale va más allá de la coincidencia objetiva entre la brutalidad de Abu Nidal y el deseo israelí de presentar la totalidad del combate palestino por su tierra y su libertad como una cosa de terroristas. Según Seale, el Mossad consiguió en muchos momentos altos niveles de penetración en la organización de Abu Nidal. Es ésta una sospecha imposible de demostrar que también comparten otros dos reporteros británicos especializados en Oriente Próximo. '¿Cómo es posible que Israel, que ha sido capaz de matar a tanta gente de la OLP, no consiguiera destruir a Abu Nidal? ¿Por qué le necesitaba?', se pregunta Robert Fisk. 'Mucha gente ha pensado durante mucho tiempo que Abu Nidal era el golpe maestro, el agente extraordinario del espionaje israelí; en cualquier caso, ningún terrorista, excepto Menahem Begin, ha rendido a Israel mayores servicios', dice David Hirst. Israel siempre ha negado con gran vehemencia estas sospechas y ha puesto el acento en el elevado número de judíos asesinados por el jefe de Fatah Consejo Revolucionario.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_