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Reportaje:REPORTAJE

Rumbo a las estrellas

En 1977, la NASA lanzó dos naves tripuladas, las Voyager, que han resultado ser fantásticos exploradores del sistema solar. La Voyager 1, situada actualmente a unos 12.800 millones de kilómetros es el objeto que más se ha alejado de la Tierra y se acerca a la heliopausa, a punto de salir de la burbuja protectora del Sol y lanzarse hacia las todavía muy lejanas estrellas.

La segunda, la Voyager 2, un poco más cerca de la Tierra actualmente, partió en primer lugar, el 20 de agosto de 1977, desde Cabo Cañaveral (Florida) a bordo de un cohete Titán. Su hermana gemela, la Voyager-1, hizo lo propio unos días más tarde, el 5 de septiembre. Sucedió hace 25 años.

Estos dos aparatos de 800 kilos de peso cada uno, provistos de una docena de instrumentos y cámaras abandonaron la Tierra para realizar un gran viaje alrededor del sistema solar. La misión fue ideada para aprovechar una conjunción planetaria excepcional -que se produce una vez cada 175 años- que permitía, con un gasto mínimo de tiempo y de carburante, visitar los cuatro planetas gaseosos del sistema solar: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. En un principio, la NASA no disponía del dinero suficiente para prolongar la investigación más allá de Saturno, pero basándose en el principio de que nunca se sabe qué puede pasar, los ingenieros estadounidenses programaron para la Voyager-2 una trayectoria que incluía sobrevolar Urano y Neptuno.

Dos sorpresas aguardaban a los científicos en Saturno: la presencia de una atmósfera muy densa alrededor de Titán y los increíbles géiseres de Tritón
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Ambas naves han logrado cumplir las expectativas de los científicos más allá de lo imaginable. Como recuerda el astrónomo francés André Brahic, que ha participado en esta moderna epopeya, en su libro Cinco lecciones de astronomía: planetas y satélites (editorial Vulbert), 'entre 1979 y 1989, las sondas Voyager cambiaron totalmente nuestro conocimiento de los confines del sistema solar. Esta aventura, en la que las sondas han recorrido más de un millón de kilómetros diarios, quedará como uno de los grandes momentos de la historia de la humanidad'.

Nuevas preguntas

El 5 de marzo de 1979, la Voyager-1, que seguía una ruta más rápida, fue la primera en llegar muy cerca de Júpiter. La Voyager-2 lo hizo el 9 de julio siguiente. Entre ambas, tomaron cerca de 33.000 fotografías del mundo jupiterino, es decir, del propio planeta y de sus cinco satélites principales. Los datos registrados por los instrumentos, en especial sobre la convulsa atmósfera del gigante gaseoso, permitieron a los científicos comprender mejor los procesos físicos que se producen en Júpiter, a la vez que plantearon nuevas preguntas.

Las principales sorpresas procedieron de las lunas más próximas al planeta: Ío y Europa. Las imágenes de la primera dejaron estupefactos a los astrónomos. Sin duda, en ella existía una actividad volcánica espectacular, cuyo único ejemplo conocido hasta la fecha en el sistema solar se encontraba en la Tierra. En algunas de las imágenes de vivos colores se distingue claramente un penacho ascendente de 300 kilómetros por encima de la superficie. Expulsa material a la velocidad de un kilómetro por segundo. Para los planetólogos, la gran cantidad de energía necesaria para la actividad de estos volcanes procede del calentamiento interno del satélite provocado por los efectos de la marea que engendra la inmensa masa del cercano Júpiter.

Entre un mundo de fuego y un mundo de hielo sólo hay el espacio que separa a Ío de Europa. La superficie de esta última, escasamente marcada por los cráteres de impacto -a diferencia de todos los demás cuerpos rocosos como la Luna y Mercurio, por ejemplo-, revela una reconfiguración reciente. Pero lo que más desconcertó a los astrónomos fue la red de múltiples costuras que marcaban Europa como líneas de fractura. La hipótesis más aceptada en la actualidad -elaborada con ayuda de la sonda Galileo- considera que existe un océano subterráneo bajo una capa quebradiza de hielo de una veintena de kilómetros de grosor.

Los hallazgos de las sondas Voyager prosiguieron alrededor de los demás planetas. Saturno, Urano y Neptuno fueron visitados en 1980, 1981 y 1989, respectivamente. Una veintena de pequeños satélites fueron descubiertos gracias a las fotografías, que también precisaron la disposición y el número de anillos que rodeaban a los planetas gaseosos. Otras dos sorpresas aguardaban a los científicos: la presencia de una atmósfera muy densa alrededor de Titán, el principal satélite de Saturno, y los increíbles géiseres de Tritón, la mayor luna de Neptuno. Unas inmensas y misteriosas columnas oscuras se elevan hasta varios kilómetros de altura... Un enigma más a resolver para los astrónomos.

Una recopilación fructífera

Después de 1989, tras esta fructífera recopilación de datos, se habría podido pensar que la misión de las Voyager había terminado, abandonando a las dos valientes sondas en las profundidades tenebrosas del sistema solar en las que se sumergían a toda velocidad. Pero era no tener en cuenta la imaginación de los científicos. Incluso aunque no haya planetas, el espacio nunca está completamente vacío. Ya que las Voyager se dirigen hacia los confines de nuestro mundo, ¿por qué no hacerles buscar sus límites, allí donde se detiene la influencia del Sol?

'En la actualidad, pese a su edad, ambas sondas están en modo de alerta', explica Rosine Lallement, directora de investigación del CNRS (Centro Superior de Investigaciones Científicas) francés. 'Vigilamos lo que nos envían, ya que estamos pendientes de un cambio en los datos relativos al plasma, el gas ionizado'. La Voyager-1, la más rápida y la más alejada de las dos naves, actualmente a 12.800 millones de kilómetros de la Tierra y se acerca a la zona en la que el viento solar choca con la nube de gas interestelar que el Sol atraviesa en su camino. Así, los científicos quieren determinar el emplazamiento de esta zona de choque. Una vez superada esta frontera, las Voyager formarán parte, junto con las sondas Pioneer, de los primerísimos objetos fabricados por el hombre en navegar fuera de la burbuja protectora del Sol, la heliosfera. Aunque las señales de las Voyager tardan varias horas en llegar hasta nosotros, los científicos esperan obtener informaciones sobre la densidad de la nube interestelar y sobre sus radiaciones, de las que nos protege la heliosfera. En especial, ignoramos la densidad de toda una clase de partículas relativamente energéticas que pueden ser nocivas para los seres humanos -en el marco futurista de un viaje intersideral- y sobre el material electrónico de las sondas. Por el momento, las Voyager gozan de relativa buena salud. Los astrónomos creen que podrán recibir sus datos hasta 2010.

Alrededor de 2020 deberían apagarse en la calma infinita que preside las cosas celestes.

© Le Monde.

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