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ES EL MOMENTO DE... | PROPUESTAS

Danzantes al pie del Ocejón

Llegar a Majaelrayo (Guadalajara) en fiestas es una delicia. Sus 78 habitantes invernales se han multiplicado durante un verano que aquí -en plena ruta de la arquitectura negra, en la serranía del Ocejón- resulta especialmente grato, y culmina con las celebraciones del Santo Niño (este año, el 30 y 31 de agosto y el 1 de septiembre). Pasa como con tantas localidades prácticamente deshabitadas: sus hijos más jóvenes regresan una y otra vez en fines de semana, puentes y, desde luego, vacaciones, revitalizando con su presencia el pueblo dormido; también es verdad que el pueblo se lo devuelve con creces, encontrando en sus entrañas parte de lo que necesitan para soportar el día a día en la gran ciudad.

Ellos son, normalmente, los que mantienen la fiesta, aunque en el caso de Majaelrayo todavía siguen en activo algunos de los viejos danzantes (el mayor es Severino Moreno, de 60 años), esos que con los rostros curtidos por el sol y el trabajo al aire libre, y los movimientos aprendidos por transmisión directa, se enfundan -como los más jóvenes- sus enaguas blancas y almidonadas, a las que no falta un remate de puntillas; sus mantones de Manila a la cintura, que les caen en pico por delante, y sus medias trabajosamente labradas, calándose un espectacular gorro culminado con flores multicolores.

Bailan los ocho a los sones del tamboril. No son fáciles las diferentes mudanzas: paloteo, cintas y fajas, que interpretan en honor del Santo Niño, cuya pequeña imagen, sobre unas andas cubiertas de flores, preside una de ellas; una vez devuelta a la iglesia, interpretan en la plaza todo el repertorio, tanto en la mañana del sábado como en la del domingo. Dos botargas (personajes que por tierras de Guadalajara adquieren un carácter muy singular) les acompañan, dirigiendo las evoluciones de los danzantes y guardando orden entre los espectadores.

En el fondo de todo ello está la Hermandad del Santo Niño, cuyo origen algunos estudiosos remontan al siglo XV, presidida por un prioste (este año, priosta, Rocío Moreno, una joven maestra de educación infantil), al que ayudan en su menester los botargas.

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