Un triste ejercicio de querer y no poder

El adversario se presentó en el último Festival de Cannes. Es inexplicable, porque la película no da la talla para aspirar a un premio en un concurso de esta altura. Desde plataformas patrioteras francesas se pidió para su protagonista, Daniel Auteil, el premio de interpretación, pero la cosa quedó en nada. Vacío al vacío. La película es ambiciosa, y mucho, pero de ahí precisamente procede su triste condición de desastre cinematográfico, ese que nos hace asistir a un penoso ejercicio de querer y no poder.

El núcleo del asunto que llena argumentalmente esta película es un terribe hecho verídico que se cuenta y no se cree. Se trata del infernal caso de Claude Romand, individuo de buena planta y buen nivel de vida, que el 9 de enero de 1993 asesinó a sus hijos, a su mujer y a sus padres. Parece ser que intentó suicidarse después, pero no lo consiguió, y eso lo dice todo, o casi todo. La instrucción del proceso de este apacible sujeto, hoy encerrado bajo siete llaves en un manicomio, desveló que Romand no era el médico que decía ser, ni tenía ocupación de ningún tipo. No se dedicaba a nada, absolutamente a nada. Vagaba día tras día, de la mañana a la noche, por sabe Dios donde y así sostenía su (es un decir) buena vida burguesa desde alrededor de 20 años antes, viviendo y manteniendo la fachada a costa de las ventas de su patrimonio y el de su mujer y, cuando estos se acabaron, de estafas continuadas a sus padres, a quienes dejó con lo puesto tras dedicar su fortuna a encubrir la nada en que vivía. Cuando Romand se sintió descubierto, en su mente se disparó el mecaniso de la demencia que anidaba dentro de él y, con meticulosidad, aniquiló a toda su gente, arguyendo más tarde que no soportaba la idea de la mala opinión que su familia tendría de él tras descubrir que era un mentiroso.

Un libro de Emannuel Carrère narró minuciosamente, con técnicas novelescas, el aterrador y mortal itinerario de este monstruo humano, y la joven y brillante directora Nicole García se hizo con los derechos del relato, por lo que otros dos filmes que abordaban el mismo asunto tuvieron que utilizar nombres y tramas diferentes. Realizó García con él una película corta, plana y convencional, que viene herida desde su raíz, un guión insuficiente, pobre y cobarde, porque no entra en las infernales oquedades mentales de este ciudadano de la clase media y se dedica a observarlo como a un insecto, desde fuera. Sólo el talento de Daniel Auteil ofrece destellos de algo creíble a este infierno íntimo de la mentalidad de la burguesía, cuya representación requiere un empuje moral y un equipaje artístico que Nicole García -cineasta ambiciosa, pero situada en cuanto artista por debajo de sus ambiciones- no tiene aún.