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Alemania y la 'berlusconización' de Europa

¿Cómo explicar a los vecinos de Alemania la actual campaña electoral en este país? Hannah Arendt definió oportunamente la barbarie alemana, personalizada en el burócrata genocida Eichmann, como la 'banalidad del Mal'. Pero lo que nuestros vecinos ven a primera vista es la banalidad de la Alemania buena.

Si repasamos los temas de debate de la campaña electoral podemos comprobar que, como en los demás países occidentales, también en Alemania el enfrentamiento político se caracteriza por un saludable aburrimiento democrático. Por ejemplo, las posturas adoptadas en la cuestión del desempleo, convierten al socialdemócrata Schröder en Kohl: lo que el ex canciller Kohl definía como 'aguantar el chaparrón', el canciller Schröder lo define como 'política de calma'; lo que a su vez permite que el candidato de la CDU / CSU, Stoiber, se transforme en Schröder. Hasta Oskar Lafontaine resucita en Stoiber cuando éste exige más seguridad en lo social y un aumento de la tributación para las grandes empresas.

Rige la ley según la cual el ruido de la discusión política crece con la cercanía de las posiciones de los partidos. Este ruido de la confrontación queda silenciado por las noticias sobre los riesgos económicos y el 'tóxico de la semana' de turno, que alarman a los consumidores europeos y dejan a los alemanes sin apetito. Por mal que esté esto, puedo constatar no sin cierta ironía que una sociedad que se entiende como 'sociedad de riesgo' en este sentido no constituye un riesgo para sus vecinos.

Una de las características de la banalidad de la nueva Alemania buena radica en que a este país le gustaría convertirse en una Suiza verde, es decir, un país dedicado a la pacificación y a la ecología.

¿Sigue esto siendo así? ¿Seguirá siendo así en el futuro? Tengo mis dudas al respecto: una victoria electoral de Stoiber puede traer consigo una Europa diferente. Sin embargo, nadie habla del trasfondo real de estas elecciones alemanas: la berlusconización de Europa.

Tras la II Guerra Mundial, la República Federal de Alemania adoptó una línea política que rompía con el así llamado 'realismo nacional'. Desde una óptica nacionalista, soberanía es igual a autonomía y, por lo tanto, la dependencia económica y la colaboración cultural, militar, jurídica y tecnológica entre Estados lleva consigo automáticamente una pérdida de soberanía y de autonomía. Sin embargo, el 'realismo posnacional' adoptado por la RFA considera que una política que incremente la imbricación y cooperación entre Estados tiene como consecuencia, con la lógica pérdida de autonomía, una mayor soberanía al ampliarse el margen de acción nacional.

Los objetivos principales de pacificación, elevación del nivel de vida, solución de los problemas más acuciantes como el desempleo, la delincuencia y la prevención de riesgos económicos, técnicos y terroristas, no pueden ser alcanzados individualmente país por país. Antes al contrario, para alcanzar tales objetivos es necesario establecer redes de cooperación y políticas multilaterales entre Estados.

El realismo posnacional, al que Alemania debe su auge, parte de la aparentemente paradójica conclusión de que una política de 'grilletes de oro', es decir, la constitución de una tupida red de dependencias transnacionales, es la que finalmente garantiza la independencia nacional. Al compartir la soberanía de manera consciente y planificada, los Gobiernos implicados aumentan su margen de acción sin que su soberanía se vea afectada.

Éste es el secreto del éxito de la Unión Europea. Si miramos hacia atrás comprenderemos que esta política de realismo posnacional, emprendida por la RFA tras la II Guerra Mundial, ha sido y es la que ha ligado a Alemania al mundo occidental y luego ha creado una tupida red de conexiones con el Este, dando así un pequeño y temprano ejemplo de 'política interior mundial', que perseguía con gran destreza insertar los intereses nacionales en el entramado de objetivos europeos, transnacionales e incluso globales compartidos.

Alemania se libera de la barbarie de la que ella misma es responsable con discreción, sin gestos grandilocuentes y manteniendo una trinidad política de una simplicidad insuperable: entretejer, entretejer, entretejer. Esta prioridad absoluta de la política de alianzas y cooperación tenía su origen y explicación en el estado de ruina física, política y moral de Alemania tras la guerra.

Entretejer relaciones suponía en primer lugar la reconciliación; por lo tanto, había que expresar de manera rotunda y decidida un Nunca más: 'No volverá a surgir una guerra de suelo alemán' (Helmut Schmidt y Erich Honecker). Este giro hacia el Bien tiene al menos tres causas. En primer lugar, la situación moral de la Alemania vencida. En segundo lugar, surge el nacionalismo del marco alemán. Mercurio, dios del comercio, sustituye a Marte, dios de la guerra. Los alemanes, que bajo el régimen nacionalsocialista habían ocupado y devastado tantos países, volvían como solicitados turistas con un marco convertido en símbolo tanto de la opulencia como del poder alemán. El realismo -de orientación absolutamente cosmo-polita- de la política de 'entretejer' relaciones residía y reside en cómo esta política conjuga el egoísmo nacional del incremento de la riqueza y el poder con la 'nueva bondad' de un pacifismo universal. Aquí encontraremos, para dolor de la izquierda alemana, la praxis política tácita de un capitalismo pacifista que perfecciona las redes comerciales y los programas de intercambio y cooperación como continuación de la política de pacificación por medios económicos.

Las políticas alemanas hacia el Oeste y después hacia el Este siguen las directrices de un 'capitalismo de izquierdas' (una novedad para Alemania) que funda la banalidad del Bien -la paz y la seguridad- manteniendo una sólida doble moral alemana: producción de armas y floreciente comercio con las mismas.

Esto se aprecia claramente en la ostpolitik de Willy Brandt. La ostpolitik se estructuró en torno a la idea maestra de que el fomento del comercio y el intercambio con los países de la Europa Oriental acabaría forzando reformas en las relaciones entre esos países, así como en sus sistemas de gobierno, permitiendo a las fuerzas reformistas un mayor margen de acción, aunque siempre dentro del sistema comunista.

En tercer lugar, podemos explicar también el giro de los alemanes tras la II Guerra Mundial hacia una actitud de 'querer ser buenos' como expresión de lo que maliciosamente podríamos denominar 'moral de demócratas conversos'. La capacidad de adaptación siempre ha sido una de las cualidades más desarrolladas del espíritu alemán.

Los vencidos emulan a sus vencedores y ocupantes. Cuando una Alemania europeísta acusa al Gobierno de Bush de traicionar al sistema americano de derechos fundamentales y de dañar a la democracia, es el alumno que abofetea al maestro. Podemos decir que la política de la Alemania de la reiterada posguerra de crear interdependencias es un pie de página tardoalemán a un escrito de Immanuel Kant del año 1784: Ideas para una historia universal en clave cosmopolita.

Cada vez que Willy Brandt con su ostpolitik se esforzaba por conseguir 'alivio humanitario', volviendo a reunir a familias separadas por el Muro, facilitando visitas, conexiones de ferrocarril, tráfico rodado, comunicación telefónica, comprando la libertad de presos políticos y ligando los intereses de la jerarquía comunista al desarrollo del comercio transfronterizo, buscaba con esta política de ciempiés un 'mundo más pacífico'.

¿Y es ahora, llegado el momento, de cosechar los frutos de esta 'política de entretejer' en una Europa ampliada, cuando Alemania ha de renunciar a su poder? Es precisamente esta Alemania, debilitada económicamente e integrada en Europa, la que se ve tentada a redescubrir los 'intereses alemanes', a redefinirlos y convertirlos en objetivo, aunque, eso sí, dentro del 'marco europeo'. Por ejemplo, la cuestión de los Sudetes; por ejemplo, la cuestión de Königsberg; por ejemplo, los intereses de las minorías alemanas en otros países.

El silencio del candidato Stoiber al respecto no es muy tranquilizador. Quien rechace una 'República Federal Europea', es decir, Europa, como una continuación de la política alemana con más medios, no encontrará motivo de alegría alguno en la posible victoria electoral de Stoiber. En Alemania, la banalidad del bien podría dar lugar a una confusión y mezcolanza de los intereses alemanes y los intereses europeos que podría acabar irritando a nuestros vecinos.

Ulrich Beck es profesor de Sociología en la Universidad de Múnich.

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