Círculo de bellas aguas
Garcisancho, Peñalara y Angostura forman un refrescante circuito en la cabecera del valle del Lozoya
No hay un curso de agua, por chico que sea, que no evoque la gran metáfora río-vida. No hay un curso pequeño, como no hay una vida pequeña, que no tenga una historia que contar. El arroyo de Garcisancho, que otros llaman de la Umbría, nos habla de Enrique de Mesa (1878-1929), el poeta que cantó la vida menuda, casi imperceptible, del valle del Lozoya: sus zagalillos, sus brisas perfumadas, sus regatos: '¿Por qué corriendo te quejas, / arroyo de Garcisancho, / si en tu correr rumoroso / nada te detiene el paso?'.
Metáforas del destino, el riacho muere a dos pasos de El Paular y del cementerio de los monjes donde una lápida rememora al otro, el gran cantor. El arroyo de Garcisancho nace cerca del collado del mismo nombre, en la umbría de Cabeza Mediana, que se alza como una isla de pinos en medio de las aguas que rezuma por doquier la cabecera del valle.
Es un paraíso para los excursionistas que llevan siempre en la mochila toalla y bañador
Por el otro lado del collado (vertiente occidental), baja el arroyo de la Laguna Grande de Peñalara en pos del de la Angostura, que a su vez bordea Cabeza Mediana por el sur y se bebe el de Garcisancho poco antes de El Paular y de llamarse río Lozoya.
De modo que los tres forman un círculo de aguas, un anillo de vida rumorosa, de decires encadenados, como una historia interminable cuyas palabras finales fueran las del principio y vuelta a empezar. En busca del arroyo de Garcisancho, nos acercamos al kilómetro 31,300 de la carretera Rascafría-Cotos y, de allí, aún por asfalto, al mirador de los Robledos, desde el que se divisa el embalse de Pinilla, que es el morir de casi todas las aguas que nacen en el valle del Lozoya y la vida, una vez entubadas, de Madrid.
Visto el panorama, nos echamos a andar por la pista de tierra que es prolongación de la asfaltada y, a la media hora, nada más cruzar el arroyo de Garcisancho, doblamos a la izquierda por la pista que sube marcada con trazos de pintura blanca y roja -sendero GR-10.1- entre las laderas de la poblada Cabeza Mediana y la calva Peñalara.
El rumor del arroyo, que corre muy cerca de nosotros emboscado en el pinar, se nos antoja la suma confusa de miles de historias de anónimos leñadores que, cargando arriba y abajo con sus palos, dieron nombre a este camino del Palero. Un camino que, a punto de cumplirse dos horas de marcha, rebasa el collado de Garcisancho y se arrima al arroyo de la Laguna Grande de Peñalara, cuyas aguas, trabadas por mil peñascos, nos hablan, esta vez a las claras, del glaciar picapedrero que excavó la hoya donde nacen.
Bajando a su vera, por senda ya sin señalizar, en dos zancadas nos plantamos de nuevo en la carretera de Cotos, ahora a la altura del kilómetro 38.
Por la carretera subimos con sumo cuidado, mejor por el exterior del guardarraíl, para desviarnos a los 500 metros por una pista forestal que desciende zigzagueando hasta desembocar en otra más ancha y trillada, la cual nos lleva en suave bajada junto al arroyo de la Angostura.
En la primera ocasión que se nos ofrece, como a tres horas del inicio, cruzamos el arroyo por el puente de madera de los Hoyones y, ya en la margen derecha, avanzamos media hora por el paraíso de los excursionistas que, en verano, llevan siempre en la mochila una toalla y, aunque no es vital, un casto bañador.
Las pozas más hondas y límpidas de Madrid jalonan este trecho del arroyo que se extiende hasta el anciano puente de piedra de la Angostura, a partir del cual ya se le llama río e incluso Lozoya.
Y realmente cuesta entender que la gente pague por amontonarse en las piscinas de Presillas, seis kilómetros más abajo, habiendo aquí cien charcas a estrenar, de oque y sin advertencias de salmonella.
Media hora más, de nuevo por la margen izquierda, y cruzamos por última vez la carretera junto a la Casa de la Horca, que recuerda aquel Lozoya medieval por el que subían los condenados que no habían obtenido clemencia en el puente del Perdón, ante el monasterio de El Paular.
Y otra media hora (cuatro y media en total) nos lleva volver por la pista de enfrente al mirador de los Robledos.
Mapas para no perderse
Dónde. El mirador de los Robledos se halla en el término de Rascafría y dista 102 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Burgos (N-I), desviándose por la M-604 pasado Lozoyuela y continuando hasta el kilómetro 31,300, donde aparece señalizado.
Cuándo. Marcha circular de 16 kilómetros y cuatro horas y media de duración, con un desnivel acumulado de 380 metros -mirador de los Robledos, 1.300 metros; collado de Garcisancho, 1.680-. Tiene una dificultad media-baja, que está pensada para disfrutar en verano de la sombra del pinar y de las numerosas pozas para el baño.
Quién. El personal del centro de información Puente del Perdón (teléfono 91 869 17 57) nos ayudará a resolver cualquier duda sobre éste y cualquier otro itinerario a pie por el valle del Lozoya. Está en la carretera M-604, Km 27,600, a dos de Rascafría, frente al monasterio de El Paular. Horario: de 10.00 a 18.00, todos los días.
Y qué más. Aunque el camino nunca se aparta mucho de los arroyos, hay varios desvíos que se prestan a confusión si no se posee un conocimiento previo del terreno o se lleva esta cartografía: mapa Sierra Norte, de La Tienda Verde (teléfono 91 534 32 57). También se pueden usar las hojas 18-19 y 18-20 del Servicio Geográfico del Ejército.
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