Calidad de vida en las manos
Abelardo Ripoll cambió la fábrica por el trabajo manual y hoy es el último tonelero artesano de la Comunidad Valenciana
Los toneles han servido, a lo largo de la historia, para el almacenaje y transporte de líquidos. Agua, aceite y licores han sido algunos de sus huéspedes. Pero el paso del tiempo y los nuevos materiales han arrinconado este útil recipiente que, actualmente, sigue siendo igual de preciado en las bodegas. Dicen que la calidad de un buen vino depende, mucho, de la barrica en la que se haya almacenado. Pero alguien ha de seguir haciendo esos toneles para que sobre las mesas de millones de comensales al día se siga degustando tan preciado caldo.
Las grandes bodegas han procurado el invento de un sistema de creación de toneles en serie. Pero hay quien sigue prefiriendo la madera doblada a mano, sin más sistema de pegado que la propia fuerza de unos listones contra otros rematados con aros.
Unas pegadas a otras, las piezas se juntan con la fuerza de los aros de hierro que las rodean
'Éste es uno de los oficios más viejos del mundo y se está perdiendo'
Abelardo Ripoll comenzó a trabajar en la cadena de producción de una fábrica. Cumplía sus horarios, volvía a su casa, disfrutaba de sus vacaciones y, hasta el año siguiente. Su padre había sido tonelero, y un día, medio en broma y con una apuesta de por medio, ambos desempolvaron las que habían sido herramientas de trabajo del primero y se pusieron manos a la obra. 'Y me enganchó', asegura. De aquello hace varios años. Hoy, Abelardo asegura contar con una calidad de vida que no le dio ningún otro trabajo. Y la ha obtenido de sus propias manos.
El proceso de elaboración de los toneles de su taller, instalado en el municipio castellonense de Sant Jordi, es estrictamente artesanal y laborioso. Y duro. Pero de los comentarios de su hacedor se desprende que, también, gratificante.
Abelardo compra las piezas de castaño o roble americano. Asegura que existe mucha diferencia entre unas maderas y otras. Y lo demuestra cortando un trozo de listón y bañándolo con agua. El aroma de una nada tiene que ver con el de otra. Y cada comprador, según sus gustos, elige el material. Después recorta y casi moldea la madera, según las dimensiones del tonel que ha de componer. Unas pegadas a otras, las piezas se van juntando y apresando con la fuerza de los aros de hierro que las rodean. El proceso de doblado de las láminas es el más complicado. Con la madera mojada y sobre las llamas realizadas con los tarugos sobrantes, la madera, con la ayuda de Abelardo, va tomando la forma deseada. Después llegarán los fondos para los que tampoco hay sistema artificial de pegado. Únicamente, en las juntas, se le añaden unos trozos de enea para que el líquido no se pierda por ningún lado. Las herramientas que empuña todos los días tienen más de cien años. Su padre ya las compró de segunda mano y, en una de ellas, aparecía la fecha de fabricación, 1886.
Este artesano crea toneles de tamaños que van de dos a 400 litros. También repara barriles viejos y es capaz de crear desde una mesa hasta el depósito de la más extraña forma. Asegura tener 'faena de sobra'. No escatima tiempos a la hora de perfeccionar su trabajo. Pero lejos de quedarse en el romanticismo de una vida bucólica, es reivindicativo con sus derechos. 'No nos pueden equiparar a las industrias', afirma tras despotricar de sus cumplidos deberes impositivos. 'Éste es uno de los oficios más viejos del mundo y se está perdiendo', señala tras apuntar que su taller es el único que queda de estas características en la Comunidad Valenciana. 'Pero nadie me recibe', dice, 'ningún político quiere escuchar'.
Sin embargo, Abelardo no se queda quieto. Desde hace dos años organiza una muestra de oficios artesanales en la que, durante un fin de semana, profesionales de toda la comarca se reúnen en Sant Jordi para sacar a la calle su trabajo. Es la manera que tienen de dar a conocer sus productos y el proceso de elaboración. De que la gente, al menos una buena porción de gente, compruebe la laboriosidad de un quehacer que, bajo su punto de vista, no debe perderse. Como tradición, como herencia e, incluso, como parte del patrimonio cultural.
Y es que el tan cacareado concepto de calidad aquí recobra sentido. 'La gente aprecia la artesanía y, si vienen aquí comprueban que no se les engaña. Que no son cosas 'made in China', añade. Poco a poco, dice Abelardo, el gusto por lo artesano se va retomando 'y piden piezas únicas'. Como aquella vez que alguien, quizá también conocedor de la calidad de vida que pueden otorgar las manos, le encargó una bañera.
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