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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Artista y ciudadano pleno

Con la muerte de Eduardo Chillida no sólo desaparece uno de los artistas contemporáneos más importantes de nuestro país, sino también un ciudadano ejemplar. No ha sido fácil merecer este justo reconocimiento, porque no hay que olvidar que compatriotas suyos del siglo XX han sido Picasso, Juan Gris, Julio González, Joan Miró, Tàpies o Antonio Saura, casi todos los cuales supieron afrontar con encomiable decisión la estrecha relación que une la estética con la ética, lo que en la accidentada vida política española no ha sido precisamente un empeño fácil.

Eduardo Chillida demostró como artista una tenacidad admirable desarrollada en un momento terrible de nuestra historia, justo en plena posguerra, cuando España se hallaba en el peor aislamiento internacional. Venciendo con arrojo estas dificultades, marchó a París y allí supo orientarse en el complejo mundo de la vanguardia internacional. Influido al principio por la obra de dos de los más grandes escultores del siglo XX, Brancusi y Julio González, pronto encontró su camino expresivo personal, que afloró con el reencuentro de los modelos vernáculos de la herrería y el trabajo en madera ancestrales del pueblo vasco. Su talento consistió, no obstante, en no acomodarse a estos ciertamente inspiradores modelos locales, sino en proyectarlos creativamente hacia el futuro. Con esta sabia fusión entre tradición y modernidad, cosechó rápidamente un enorme éxito internacional, subrayado con la obtención de los más preciados galardones en Europa y Estados Unidos.

Pero, como todos los grandes, Chillida no se limitó a disfrutar de un tan merecido y rentable reconocimiento, sino que arrostró hasta el final los desafíos más exigentes. Trabajó con todos los materiales posibles, industriales o no. Se planteó todos los tamaños y emplazamientos posibles para sus esculturas. Tuvo un particular talento para dialogar con la naturaleza y con la arquitectura. Fue un maestro en apreciar la sutil urdimbre del espacio, que es lo vacío y lo lleno, pero también lo ligero y lo pesante. Fue, por último, un dibujante y un grabador de calidad excepcional, que sabía hacernos sentir que esta obra sobre papel era asimismo escultura. Es difícil hallar un artista más completo y pleno, quizá porque los grandes creadores lo son de verdad en todos los aspectos y actitudes de su personalidad.

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