Mis adorables sobrinos
A mí lo que me pasa es que me doy muy poca importancia. Hablo públicamente de mis faltas de ortografía y, lo que dice mi santo, así me va. Pero voy a cambiar. Por ejemplo, voy a tirarme un poco el rollo: he recibido un correo electrónico de un doctor en psiquiatría, que dice que se lee todos mis artículos y que quiere escribir un libro en el que salgo yo. El libro se va a llamar Literatura y trastorno mental. Resulta que este doctor quiere dirigir el año que viene un curso sobre dicho tema en una universidad de verano y que yo le acompañe. Le he contestado que yo qué voy a decir, que no tengo ni idea de psiquiatría (mi santo dice que de literatura tampoco) y me ha dicho que no me preocupe, que él lee su conferencia y que yo mientras puedo estar a mi aire, yo de florero. A mí me ha dado buen rollo este doctor, lo veo interesado de verdad en mi trabajo, y eso te pone el ego como una moto. Ah, y otra cosa importante que me ha dicho: esto sería una forma de introducirme en esas universidades que me dan la espalda.
Son como una manada, entran a una casa y se comen todo lo que haya
Esto para que vean el tipo de lectores que me estoy ganando. El doctor dice que todo este invierno quiere trabajar conmigo mano a mano. Quiere que le hable de mi familia y que le enseñe ese test psicológico que me hicieron en el colegio y que mi padre protestó. Bueno, primero me echó la bronca porque le decepcionó mi cociente intelectual y luego fue al colegio y dijo que como no me subieran el cociente no pagaba el test. Y me lo subieron.
El doctor me ha preguntado, para empezar, que si tengo hermanos y que si eran como yo. Claro que tengo hermanos, le he escrito. Tengo uno que siempre viaja con su olla rápida y el libro de instrucciones. Ahora, por ejemplo, se ha ido a Roquetas de vacaciones y se ha llevado la olla. Me mandó una postal y me lo decía, que no se gastaba nada en restaurantes gracias a que se había llevado su olla, y que por las noches se iba al karaoke, se pedía un Magno, y veía a los ingleses, pelados y rojos, cantar por Cliff Richard y que qué más se le puede pedir a la vida. Ése es uno. Luego tengo otra que es muy cariñosa y le puso a su perro el nombre de mi hermano (el de la olla) y no sabes nunca si te habla de mi hermano o del perro. Y luego uno más, que dice que cuando le preguntan sus compañeros de empresa si yo soy su hermana, él contesta que para nada. Este hermano tiene la tira de hijos. No sé cuántos son realmente porque siempre se están moviendo y porque son todos iguales. El otro día se iban a ir a la Warner pero me llamó para decirme que venía a mi casa porque les salía más barato. Son como una manada, entran a una casa y se comen todo lo que haya, del jamón a los chococrispis. Mi santo se puso nervioso, la verdad, porque cogían tomates de la mata y se los comían a bocados. Se comieron todos los bollos, dos melones Víctor Manuel, los quesos, el chopped, y mientras comían, jugaban al pimpón, se tiraban a la piscina, con mi hermano y su mujer, y nadaban como locos de un lado para otro. Y mi santo y yo fuera, asustados. Mi santo decía: 'No sé si hacerles un vídeo familiar o un documental', porque parecían como una manada. Mis sobrinitos se comían los bocadillos de mortadela Mickey dentro de la piscina y cantaban a la vez que buceaban. Cuando vieron que la despensa estaba vacía y que ya hacía frío para bañarse se metieron al coche y se fueron cantando el Aserejé.
Yo le he dicho al psiquiatra que mis hermanos y yo no nos parecemos en nada porque yo, ni viajo con mi olla, ni le pongo al perro el nombre de mi hermano, ni arraso con las despensas ajenas. Pero mi santo está empeñado en que somos clónicos. Y eso, dice mi santo, que todavía no conoce a tu padre; cuando lo conozca se lo lleva también para enseñarlo en la universidad. Fijo.
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