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Columna
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Gamberrismo y protesta

La delincuencia bajó drásticamente después de la muerte de un atracador en Sevilla, un muchacho, paquete en una moto ruidosa, dándose a la fuga. Entró con una pistola en un estanco, amenazó a dos clientes que resultaron ser guardias civiles especialistas en cuestiones de Hacienda y encargados de una misión rutinaria. Escapó el atracador. Disparó su revólver, de fogueo, según se supo después. Los guardias le pegaron un tiro. Un día antes un pistolero había matado a un policía en Madrid. Ahora el caso de Sevilla está en manos del juez de instrucción.

¿Por qué bajaron los delitos contra la propiedad? ¿Por la ejemplaridad del desenlace? ¿Por la titubeante movilización policial? ¿Por la eliminación de un atracador fundamental en la mala vida sevillana? Disminuyó la delincuencia que quiere dinero, pero aumentó otra delincuencia, gratuita, menor: destrozo de coches y motos, quema de basura (se ha generalizado la manía de quemar papeleras y contenedores en protestas masivas e incluso en noches de desnortada diversión pandillera o solitaria), persecución y lanzamiento de piedras y botellas contra individuos sospechosos de ser policías o periodistas (interesante confusión: policías y periodistas). Yo creo que este gamberrismo de protesta ha sido la causa del descanso temporal de los rateros.

Durante unos días los compañeros más o menos próximos del pobre delincuente caído han renunciado a robar con nocturnidad o descaro diurno y se han dedicado a expresar su afecto hacia la víctima, a la que probablemente ni conocían (he visto que, en casos de desgracia mortal y pública, siempre aparece una multitud que presume de haber tratado al difunto, quién sabe si para participar por contagio de la fama luctuosa, o para formar parte de una comunidad sentimental). Estos chicos de Sevilla han descubierto la dignidad de la rebelión, entregándose a barbaridades sin ánimo de lucro, virtuosas, idealistas, gamberrismo en nombre de nobles principios: la justicia, la amistad, el valor, la fortaleza, la fidelidad, la compasión y la generosidad.

Por eso se presentaban al choque orgullosamente, con todas sus insignias: pelo al rape, gesto bronco, moto de escape libre, desafío abierto a las normas, es decir, dos en la moto que sólo es para uno, y los dos sin casco, exactamente igual que los gamberros de mi calle. Han tenido de pronto la ocasión de ser compasivos, defensores de la justicia, generosamente leales a un amigo realmente muerto y probablemente imaginario, y se han inventado una dignidad perturbada, desquiciada, desastrosa. Lo he venido siguiendo en estas páginas, en las crónicas ejemplares de Santiago S. Fuertes, con su instantánea de los viejos barrios obreros, estancados en trabajos perdidos, subsidios, jubilaciones anticipadas y resignación. La resignación siempre tiene un fondo de insatisfacción y violencia, y de estos mundos suelen salir, en la historia, los grupos de asalto de los movimientos políticos más allá de la política legal, y, en la vida diaria, los delincuentes menores y mayores. (Y hay momentos en que coinciden la historia y la vida diaria).

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