Un diálogo con la literatura
Lo que diferencia esta colección de Elliott Erwitt (París, 1928; de padres de origen ruso, vivió su infancia en Italia y emigró a Estados Unidos en 1939) de otras suyas, recientemente expuestas, posiblemente sea el interés puesto por su comisaria, Catherine Coleman, en hacer una selección que distancie su obra de esa supuesta comicidad a la que se ha ligado arquetípicamente la producción de este autor (lo hacen, creo que erróneamente, hasta los documentos de difusión de esta muestra elaborados por sus organizadores, el propio MNCARS, que lo clasifican como un fotógrafo conocido mundialmente 'por su fotoperiodismo humanista y su obra cómica'). Acertadamente, la recopilación de Coleman -120 instantáneas en blanco y negro- va más allá de esos chistes visuales, propios de las manidas fotonovelas a los que fácilmente se le asimiló, cuando no lo hacían identificándolo exclusivamente con sus fotos de perros en ridículas situaciones antropomórficas -así aparece incluso en los manuales más rigurosos-.
ELLIOTT ERWITT. FOTOGRAFÍAS
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía Santa Isabel, 52. Madrid Hasta el 16 de septiembre
Por el contrario, Elliott Erwitt
es un fotógrafo de la vida, autor de un diario muy personal que refleja lo que le rodea siempre y cuando se sitúe en un espacio indefinido -aunque luego tenga nombre propio como pueda ser el Museo del Prado (Madrid, 1995), una escena del rodaje de The Misfits (Reno, Nevada, 1960), el de unos bailarines de tango (Finlandia, 2001), un retrato de William Carlos Williams (Patterson, Nueva Jersey, 1955) o, sencillamente, el testimonio aparentemente banal de ciudades por las que ha deambulado como impenitente viajero: desde esas magníficas, y ya clásicas, tomas como Barcelona (1951), Nueva York (1955) o las no menos conocidas como París (1952), Miami Beach (1962), Carolina del Norte (1950) y las de Camboya captadas en 1958.
Lo ahora expuesto sintetiza lo más significativo de una suerte de fotógrafos que hicieron historia (erróneamente, algunos sectores teóricos del medio los sitúan en la actualidad en vías de extinción cuando en realidad les ocurre todo lo contrario).
Erwitt, marcado por el espíritu de Robert Frank -con quien compartió estudio durante seis meses en Francia- procura que sus imágenes dialoguen permanentemente con la literatura, con la metáfora de un cuaderno de viaje repleto de apuntes caligráficos realizados con una cámara que busca el simbolismo de los objetos aislados, como también lo hace con las trazas 'de la inocencia aparente de determinadas actitudes petrificadas porque explota las coincidencias hasta acusar visualmente el ridículo y las coqueterías involuntarias del ceremonial social' (Frizot).
Además, su concepción total de la fotografía la marca el ritmo fílmico -es realizador de películas- que acertadamente se manifiesta en esta exposición al haberse realizado por bloques temáticos que no cronológicos. Registros que evocan lo mejor de las formas de referentes del fotoperiodismo clásico como el desarrollado en publicaciones como Life, Collier's o Look, para los que trabajó, como también los de la Agencia Magnum, con la que está plenamente identificado desde que Robert Capa le invitara a formar parte de ella.
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