El ojo indiscreto que todo lo ve
La videovigilancia del Museo al Aire Libre de la Castellana ahuyenta a los patinadores y a los que orinan en las esculturas
Una noche del mes de agosto, un grupo de jóvenes sale de una discoteca de la capital. Los chavales, que van bastante beodos, van cantando y gritando. Uno se separa del grupo, mira a su alrededor, se baja la bragueta y empieza a vaciar su vejiga en la base de una de las 17 estatuas que forman el museo de escultura al aire libre del paseo de la Castellana. No se ha dado cuenta de que, encima de él, una cámara de videovigilancia graba su acción. A muy pocos metros, un policía municipal, metido en una pequeña caseta, controla en tres monitores las imágenes que le llegan desde las 12 cámaras de videovigilancia que controlan el museo. '¡El muy...!', grita el agente cuando ve en la pantalla, en blanco y negro, al chaval meando en la base de la estatua. El agente coge su gorra, sale del recinto, corre hacia el chico y le increpa: '¡Eh, tú, vete a mear a tu casa!'. El chico se sube la bragueta ante la autoridad, se pone colorado, pide disculpas y se va con sus amigos.
Desde que 12 cámaras comenzaron a grabar, el recinto no ha sufrido ningún incidente grave
El pasado 25 de junio comenzaron a grabar las cámaras de videovigilancia en el Museo al Aire Libre de la Castellana. Desde la promulgación de la Ley de Videovigilancia en 1997 es la primera vez que este sistema es instalado en la región. El concejal de Vivienda y Rehabilitación Urbana, Sigfrido Herráez, había solicitado dos años antes permiso a la Delegación del Gobierno y a la Comisión de Videovigilancia para que le dejasen instalar las cámaras. Herráez pretendía así evitar los numerosos actos vandálicos de los que han sido objeto en los últimos años las 17 obras que forman el conjunto escultórico y que tienen un valor millonario. Las 12 cámaras, que son fijas, enfocan a todos los puntos del museo. Las imágenes van a un puesto de control situado en un local, bajo el puente, donde hay un policía municipal durante las 24 horas del día.
'Desde que comenzamos a grabar no hemos tenido ningún incidente grave. Las órdenes que tenemos es que, si pasa algo, nuestro deber es reprender al que cometa la gamberrada. Sólo si la cosa pasa a mayores tenemos que llamar a una patrulla y ponemos una denuncia', explican fuentes de la Policía Municipal. En este mes y medio de funcionamiento, la patrulla sólo ha tenido que personarse una vez. 'Un día tuve que llamarles porque un mendigo se había tumbado debajo de La sirena varada . Vino la patrulla y los agentes le echaron', explica uno de los policías encargados de la vigilancia.
Pero los clientes de las discotecas cercanas y los patinadores son los que más problemas dan a los policías. 'Cuando llego a las seis y media de la mañana a hacer mi turno, están todos los chavales sentados en el suelo y rodeados de porquería y vasos usados. Yo les llamo la atención y, bueno, pues, de momento me hacen caso', cuenta el agente. Los calores de la noche también llevan a los rincones del museo otro tipo de invitados: las parejas que se pierden en la oscuridad en busca de intimidad. 'No dan problemas. Alguna vez hay alguna pareja por ahí, pero se dan un besito y ya está', dice el agente.
Y luego están los chavales que, de vez en cuando, patinan en la plaza y que, al girar, se cuelgan de las esculturas para tomar más impulso. Tienen fritos a los agentes. 'El colmo fue una mañana que los chicos plantaron un banco y unas piedras en mitad de la plaza para hacer virguerías con los patines. Se subían a las escaleras y saltaban por encima del banco. Tuve que llamar a los del servicio de Limpieza para que se llevasen el invento', relata uno de los agentes.
Los policías reconocen que el trabajo al frente de los monitores es muy aburrido. 'Estoy aquí de siete de la mañana a tres de la tarde y, no nos vamos a engañar, me aburro bastante. Pongo la radio y me traigo un libro para aguantar', concluye uno de los vigilantes. De vez en cuando, y para estirar las piernas, el agente echa la llave al recinto y se da una vuelta por el museo que, desde hace un mes y medio, se ha convertido en su segunda casa.
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