El orangután y la orangutana
Son las dos de la madrugada. Un matrimonio del Estado español descansa tras haber disfrutado de unas aceptables relaciones íntimas. Pero, por favor, pasen y véanlos. No se corten. Él no es Ben Afleck y ella no es Jennifer López, de acuerdo, pero también tienen derecho a la pasión aunque carezcan de habilidad para reproducir las posturas que salen en las películas. Pero, ¿es que alguien puede? ¿Alguien se atreve a hacerlo, por ejemplo, de pie en la ducha? Yo, desde luego, no. No sólo me falta preparación física, sino que me cago de miedo de pensar que puedo caerme para atrás y darme con la alcachofa en la cabeza y quedarme muerta con los ojos abiertos y la sangre saliendo a borbotones, y mi santo, como Anthony Perkins, sin saber si envolverme en la cortina de la ducha y enterrarme debajo del manzano o decirme: 'No te hagas la muerta que no me gusta'. Desde que era pequeña mi padre nos atemorizó con todo el abanico de posibilidades por el cual uno podía palmarla en el baño (incluido electrocutarse con el secador, cortes de digestión, caerse mientras está uno cortándose las uñas de los pies y clavarse las tijeras en la vena femoral, inhalación de gas). Por supuesto que no incluyó los golpes que uno puede darse durante ciertas prácticas sexuales, pero consiguió meterme el miedo en el cuerpo de tal forma que estoy segura de que un día, sea como fuere, moriré en un váter. Ojalá sea en el de mi casa, porque a mi santo le daría mucha vergüenza que fuera en un servicio público. Ojalá Conte me haga la necrológica. Todos esos miedos me incapacitaron para practicar posturas como la de la ducha, la del caballito de mar en la bañera o la del tocador (ésta es más sencilla, pues se efectúa con la hembra sentada, pero siempre me dio miedo que el espejo de dicho tocador se rompiera a mis espaldas y muriéramos los dos desangrados).
¿Alguien se atreve a hacerlo, por ejemplo, de pie en la ducha?
El matrimonio que les invito a observar, queridos lectores, tampoco se anda por las ramas. Ellos practican sus deberes en la cama. Esta noche han cenado viendo la tele. Es tal mierda la que echan que, ni aun ella, que es una fanática de la basura, puede aguantarlo. Acaban viendo un documental sobre el comportamiento sexual de algunos mamíferos: rinocerontes, gorilas y tal. El viernes pasado pillaron una película porno (por casualidad) de una novia que antes de salir para la Iglesia se tiraba a un operario que pasaba por allí y se pasaban una hora de reloj. Daba mal rollo porque se veía al novio esperando en la Iglesia que no sabía uno ni cómo había podido acceder al templo con semejante cornamenta. Pero lo curioso es que nuestro matrimonio no se excitó en absoluto, y, sin embargo, no me pregunten por qué, ha entrado en calor con la visión del rinoceronte montando a la rinoceronta en el barro de la sabana africana y con el orangután y la orangutana en el árbol. La científica dice que hay algo en común en los machos: después del coito, les entra soporcillo y duermen. Como diría Ovidio: 'Post coitum omnia animalia tristia'. O sea, bajonazo y sueño.
El matrimonio después de sus abluciones: cepillado e hilillo dental, micción, crema..., se acuesta y, sintiéndose más animales que personas, practica sexo. Cuando la cosa acaba, ella, viendo los ojillos de él entornados, dice: 'Todos los machos sois iguales, acabáis y a dormir, ¿dónde queda la ternura?'. El macho dice con voz pastosa: no me gusta que veas documentales de animales porque siempre sacas conclusiones erróneas. Ella, con los ojos tan abiertos que parece que se ha metido una raya, empieza a darle la charla en la oscuridad: que si qué primarios sois, que si para ella el amor no es nada sin el romanticismo postcoitum. De pronto él emite un ronquido feroz. Y ella piensa que tampoco hace falta irse a la sabana africana para ver determinadas cosas.
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