'NUNCA MÁS DISPARARÉ A UN ELEFANTE'
En el ancho mediodía africano, el elefante carga, todo furia primordial y mole. El hombre aguanta a pie firme el ataque de la montaña y dispara. Ese hombre es éste, pulcro, educado, cordial, con un aire distante de patricio y un perfil acorde. Jorge de Pallejá se come un steak tartar sin dejar de parecer vegetariano. Ya no caza, pero en su rostro aguileño ha quedado la impronta de un instinto depredador y la mirada certera del que apunta. 'Ya no mato, he descubierto que los animales son mucho más interesantes y bellos vivos', dice este ex cazador que ahora rastrea tigres y búfalos sin armas. 'Jamás volvería a disparar a un elefante', asegura y hace un leve gesto de dolor, a medias por el recuerdo de aquella gran matanza y por la reciente operación de espalda que ha sufrido a causa de una caída de caballo.
'En los años cincuenta, cuando cazaba en el Chad, a pie, no había nada, ni rutas, ni 'gepeese', ninguna posibilidad de rescate'
'El secreto es ajustar bien las miras del rifle y que no se te llenen los ojos del animal, cargue el que cargue, ruja lo que ruja'
Pregunta. ¿Dónde está la aventura? ¿En África? ¿En ese arroyo que su caballo no supo saltar?
Respuesta. La aventura está en la cabeza. La llevas dentro y puede surgir en diferentes momentos. La aventura... el teléfono móvil lo ha trastocado todo, las asistencias de carretera llegan a todas partes. Mis hijos han regresado de una expedición en moto por Etiopía, uno se cayó en una pista remota; al cabo de poco pasó un camión. El mundo ha cambiado: siempre hay una carretera por la que pasa un camión. ¿Sabe que en África se considera a los camioneros un vector importante de propagación del sida? En los años cincuenta, cuando cazaba en el Chad, a pie, no había nada, ni rutas, ni gepeese, ninguna posibilidad de rescate o comunicación con el exterior. Creo que para que haya verdadera aventura tiene que haber un grado de incertidumbre, quizá no un peligro, pero desde luego no una seguridad absoluta.
P. En moto por el desierto, cabalgando en elefante, la caza que practicó tanto. ¿Cuál es su motivación? ¿Una huida de algo?
R. ¡No, no, nunca!
P. ¿Una búsqueda?, entonces.
R. No lo sé. Sé que un día en el erg de Admer, entre Tamanrasset y Djanet, detuve la moto impresionado por la belleza del paisaje; al cabo de un rato llegó un compañero que venía detrás; me preguntó: '¿Te pasa algo?' Y yo le contesté: 'No. Soy absolutamente feliz'.
P. Usted es de los que creen que no hay aventura sin libros.
R. El germen de la verdadera aventura es lo que has leído. Esa emoción primera que se produce en torno a los 14 años con Salgari, Zane Grey, Jack London. Recuerdo que de niño leí un libro sobre las pinturas rupestres del Tasiili, en el Sáhara central, y cuarenta años después fui a buscarlas, atravesé toda Argelia para verlas. A los 13 años invertí todo mi escaso capital en comprar un pequeño atlas Justus Perthus, lo abría en las clases en los Jesuitas, me asomaba: recorría con el dedo el Orinoco... Hace unos años navegué uno de sus afluentes en zodiac por la selva colombiana, buscábamos a unos indios, los kuivas. Así empiezas, leyendo, y luego sigues, sin dejar de leer; yo hace poco descubrí a Thesiger... La lectura te da esa inquietud emotiva.
P. Los animales son un gran ingrediente de la aventura.
R. Siempre, en mi caso. Por las lecturas, también; y quizá porque me crié en el campo, en la finca de mi familia. Fueron, claro, fundamentales en mi etapa de cazador, y lo siguen siendo ahora. Estuve en la India tras los pasos de Jim Corbett, el shikaari sahib que libró al mundo del leopardo devorador de hombres de Rudraprayag, y al que también descubrí ya de muy mayor. Siempre he sentido la pulsión de ver un tigre e intenté cazarlo. Pero el primero sólo lo vi hace un par de años. Verlo por fin me produjo una gran tranquilidad. El animal... el animal es importante, uno de los motivos por los que te mueves, para verlo, matarlo o estudiarlo. Ahora ni llevo máquina de fotos. Sólo lo miro, trato de grabar en mi memoria sus rasgos, su movimiento. ¡Incluso una liebre en el campo vista con los prismáticos me parece apasionante!
P. Una liebre, vale, pero un león, en África, de noche... 'Cuanto más tenebrosa es la noche más probable es que haya leones por los alrededores', decía el gran John Hunter.
R. En África, de noche, sin luz, es jodido. Y el animal herido resulta muy peligroso.
P. Se pasará miedo.
R. El miedo... verá, no es un mérito, pero no tengo. Y en África, en situaciones apuradas, cuando cazaba, la serenidad no me ha faltado.
P. ¿Cuál es el secreto?
R. ¿De cazar caza mayor? Ajustar bien las miras; si no lo haces, si no pones el ojo y las miras en línea, el arma no sirve para nada contra el animal que carga. Tirar a un elefante que se te viene encima es como disparar a un tanque. En frío es fácil, pero si se te llenan los ojos de animal y los apartas de la mira estás perdido. El buen cazador, pase lo que pase, ruja lo que ruja, se concentra sólo en la mira.
P. ¿Cuál ha sido su peor momento?
R. Una vez que me perdí en el Chad. ¡Aquel viaje! Todo fue mal: un elefante mató al guía, yo casi la palmo, 48 horas deambulando solo, sin agua, con un sol abrasador, en medio de las fieras. Eso era una aventura.
P. Usted es el hombre que fue Nemrod, el gran cazador. Casi un melombuki para los masai. ¿Echa a faltar algo?
R. Sí, supongo que por eso sigo acechando animales.
P. Sin arma.
R. Sin arma, cierto, no es lo mismo, no es la misma emoción, es algo diferente, más estético. El arma te da la agresividad, quieres matar al animal y hacerlo tuyo. Yo he dado el paso de una emoción a otra, y ahora sería incapaz de matar nada.
P. Es una suerte, porque animales salvajes cada vez quedan menos.
R. La carencia es terrible. La triste suerte de los tigres. Lo que pasa en España con la perdiz, por ejemplo, es ignominioso: éramos un país de perdices, y ahora hay que fabricarlas, criarlas.
P. Mató elefantes. Hoy le parece un pecado.
R. Entonces era el trofeo número uno, ahora es el número uno que no hay que matar. Es un animal inteligente, encantador. Es el animal que jamás mataría. ¿Sabe que parece que tienen un concepto abstracto de la muerte? Como nosotros. ¿Matar un elefante?, qué horror.
P. No volverá a cazar, pues. ¿Volverá a montar aquel caballo?
R. ¡Claro!
P. Y habrá más aventuras.
R. Algo más haremos.
AMBULANCIA
Jorge de Pallejá (Barcelona, 1924) es autor de un puñado de libros que se cuentan entre lo mejor de la literatura cinegética (apartado caza mayor) de nuestro país. Títulos como Al sur del lago Chad (1957), Simba (1960) o Los búfalos del Okavango (1966) le granjearon fama en ese género y, más allá, en la narrativa de viajes y aventura, extremo al que no fue ajeno el que esos libros los editara Juventud junto a clásicos como Michel Peissel y Kenneth Anderson. En 1994, Pallejá publicó en la misma editorial No matar, la opción de un cazador, obra en la que, además de contar estupendas aventuras, abjuraba de la caza y enterraba, simbólicamente, sus armas (como hizo en su día el gran Jim Corbett en las montañas de Kumaon, ricas en tigres devoradores de hombres). El otrora gran cazador ha devenido ferviente conservacionista. Personaje inquieto, enamorado de la fauna y los paisajes lejanos, Pallejá tiene una vertiente altruista sobre la que se muestra reservado (igual que el coronel Munro de Julio Verne, al que no se le podía hablar de la revuelta de los cipayos). No es la menor de sus aventuras, y sí una de las más hermosas: el viaje que realizó de Bombay a Bangalore al volante de una ambulancia que había comprado él mismo para entregarle el vehículo a Vicente Ferrer y su fundación. Pallejá escribe periódicamente en la revista Trofeo, y un día alumbrará unas apasionantes memorias.
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