El mar de Gandia y Dénia: Isidre y Maria Josep
Maria Josep Escrivà e Isidre Martínez Marzo es una pareja de poetas que lleva camino de ser memorable. La poesía de Isidre ya lo es desde hace tiempo. Ha publicado ocho buenos libros de versos -los últimos cinco son todos magistrales-, además de traducciones. Su condensada intensidad no tiene parangón en la poesía valenciana, y su fuerza sugestiva muy pocos equivalentes. Maria Josep es más lenta; también algo más joven. De momento, le conozco dos libros: Remor alè, interesante y primerizo, y A les palpentes del vidre, mucho más maduro, en el que un obscuro paisaje sensitivo llena el verso. Los amigos me informan que está a punto de aparecer un tercer libro que dará que hablar, al menos en la medida que la poesía lo hace.
Conocí a Isidre hace ya bastante tiempo -cuando todos éramos prometedores-, en el otoño, creo, de 1986. Había ganado hacía poco el premio Senyoriu d'Ausiàs March y era un joven de 22 años, afable y entusiasta de los misterios del lenguaje, que había pasado un tiempo en Inglaterra y que esperaba con inquietud y secreta devoción el momento de ver publicado su primer libro: La casa perduda. Una edición azul marino. El libro se abría con una hermosa cita de Salvador Espriu y nos hablaba de las estancias del alma, y también de los veraneos en Dénia, ante el mar, de un paisaje de cangrejos y gaviotas, de las muchachas con senos de estatua, las anclas viejas, las barcas que esperan en la noche silenciosa y 'que parecen manos abiertas en un gran espejo', de los mecanismos marineros del crepúsculo, cuando el grito del mar bate, tenue, la tarde. Para Isidre, Dénia no era, pues, sólo el lugar de los veranos, sino su hogar, su centro y su patria interior; el territorio del amor y la nostalgia, del silencio y la revelación.
Maria Josep Escrivà nació cerca de Dénia, en el Grau de Gandia, y comparte con Isidro una patria junto al mar. El Grau es un pueblo pequeño de pescadores y labradores, que la expansión turística de la playa de Gandia aún no ha borrado del todo. En temporada baja, sus calles diminutas, junto a los huertos o frente a la rambla de Sant Nicolau, tienen una calma propia, adormecida; otro sentido del tiempo. En la poesía de Maria Josep, este paisaje interior aparece de forma más abstracta o solapada, en trazos sueltos, aquí y allá; pero hay indicios suficientes: las motas desaparecidas, los marjales, los tejados, las olas y los remos, las rutas en la arena. Sospecho que la de Maria Josep fue una infancia feliz y que para ella el Grau no sólo es un lugar sino también un núcleo del recuerdo y quizá una imagen del mundo. Por eso no necesita describirlo con detalle. Sus formas están subsumidas en los versos.
Los dos son poetas que escriben mucho en verano (como casi todos), cuando el alejamiento momentáneo del ajetreo laboral les permite concentrarse en su mundo. Y comparten este tiempo entre Dénia y El Grau, sobre todo Dénia, en donde aún pueden encontrar playas tranquilas, hacia les Rotes, la cala de l'Aiguadolç o el cabo de Sant Antoni, lugares en los que contemplar sin molestias el espectáculo siempre renovado del mar y en donde caminar vuelve a ser un arte que funde la observación y el entendimiento. Las playas y los atardeceres, el espacio enorme que se avista hasta la raya azul, la reflexión y el tiempo demorado forman la sustancia que habitará después, palabra por palabra, en las estancias recobradas del alma: en el poema.
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