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Crónica:LAS VENTAS | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

José Luis Niñarro aprovecha su oportunidad

En la cuarta novillada del ciclo nocturno, llegó en busca de una oportunidad un chaval nacido en Valencia, y a fe que la aprovechó. Salió por la puerta grande de la primera plaza del orbe taurino.

La mayor virtud de José Luis Niñarro fue la disposición, el llegar en son de novillero. Sin preocuparle el ser volteado; firme de zapatillas, caliente por dentro y con la cabeza fría. A su primero lo saludó con una larga cambiada en el tercio, hincado de rodillas, el vuelo del percal ajustado a la embestida del manso, que correteó demasiado de salida, abanto, distraído, y que luego sacó genio en el último tercio.

Niñarro se dobló por bajo con Temeroso, en un principio, y luego lo sacó a los medios en pases por alto obligados. A continuación le dio distancia, y se pasó al novillo por la faja, en series por ambos pitones. Aguantó parones y se templó en poderosos muletazos sin enmendar. Como hizo en su segundo, en una faena de muleta comenzada en los medios, con dos péndulos de escalofrío, y que fue mejor dicha por arriba que por abajo. Un quite en ese novillo por chicuelinas y tafalleras, de asustar al personal, demostró que de valor está más que bien. El feo e indecoroso espadazo final, un borrón que devalúa su triunfo.

Navalrosal / Núñez, Velázquez, Miñarro

Novillos de Navalrosal, bien presentados, de juego irregular; 4º y 6º encastados; 1º y 2º manejables; 5º devuelto por inválido, sobrero del mismo hierro, mansurrón. Medina Núñez: media caída (silencio); pinchazo y media caída (silencio). Nuno Velázquez: bajonazo (silencio); estocada caída en el rincón (palmas). José Luis Niñarro: estocada aguantando (oreja); estocada pescuecera (oreja). Los tres, nuevos en la plaza. Plaza de las ventas, 9 de agosto. Nocturna. Más de media entrada.

Medina Núñez se justificó un tanto en su primero, al que arrancó algún pase estimable. Pero casi perdió los papeles en su segundo. Enseguida se notó que no quería ver al encastado ejemplar ni en casa del taxidermista.

Nuno Velázquez manejó bien el capote, templado y jugando los brazos a modo, y con la muleta porfió en sus dos novillos, sin llegar a conseguir el suficiente relieve para considerar sus faenas logradas. Tenues pinceladas que no hicieron obra, ese cuadro con entidad propia.

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