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Crónica:FERIA DE MÁLAGA | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La vergüenza, ausente

Es posible que con ocho ejemplares de Victoriano del Río, cuatro de Gabriel Rojas, tres de Pereda y dos de Manolo González no se pudiera completar una corrida de seis toros. Puede ser. Lo que no puede ser es que por los chiqueros asomase una novilladita de Daniel Ruiz, procedencia Jandilla, de la que tres ejemplares ni llegaban a ser dignos de festival benéfico. Seguro que los aficionados cabemos en un autobús, tal vez sea demasiado, pero seguro también que los éxitos, las loas y los aplausos tampoco lo fueron, porque se consiguieron ante novillos que nunca debieron bajar del camión.

El Juli corrió como un descosido en banderillas para clavar irregularmente y sufrió enganchones sin cuento en la muleta. El sexto fue bien y levemente picado por Salvador Herrero, que no se privó de taparle la salida. Permitió a El Juli desarrollar toda su velocidad en banderillas, para ponerlas a toro pasado, sin cuadrar en la cara. Parecía que podía ir por la izquierda cuando lo cambió de terrenos a fin de hacerlo pasar de modo desigual, sin poder evitar que huyera a tablas.

Ruiz / Puerto, Rivera, El Juli

Toros de Daniel Ruiz, impresentables. Víctor Puerto: estocada caída (ovación); estocada (oreja). Rivera Ordóñez: estocada honda trasera (ovación); dos pinchazos, tres descabellos (silencio). El Juli: bajonazo perpendicular, tres descabellos (ovación); cinco pinchazos, estocada caída (silencio). Plaza de la Malagueta, 10 de agosto, 2ª de abono. Casi lleno.

No sé que pudo impedir la faena de Víctor Puerto al primero, al que había saludado vistosamente de capa, de rodillas, empezando así la labor de muleta, por alto y en redondo. De pronto, las piezas dejaron de encajar y todavía no sé por qué. El cuarto mejoró la presencia, nada más que la presencia, y Puerto mostró un buen corte torero, que administró con prisas, sin adelantar nunca el engaño, mientras el toro tomaba el camino de las tablas, donde se refugió con el hocico entre las manos. Con habilidad, Puerto robó algún pase y un desplante. Mató bien.

Lo de Rivera viene de antiguo: puso de manifiesto el dogma de su insustancialidad torera. Haga lo que haga, nadie es capaz de recordarlo cinco minutos después. Por lo que tardó, debió ser mucho, pero no hay manera de recordarlo.

En otra ocasión, sería recomendable que en el reconocimiento de las reses estuviera presente la vergüenza, aunque sólo fuera un poco.

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