_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El asco

En los últimos días, con motivo del atroz atentado terrorista en Santa Pola, diversas autoridades han empleado para considerar los hechos y sus causantes la expresión 'sentir asco'. Como siempre que se trata de fórmulas especialmente contundentes, apelar al asco es algo que debe hacerse con cierta reflexión. En el contexto moral -que es el que aquí nos interesa-, decir que uno siente 'asco' es a la vez el máximo desprecio y también la valoración más subjetiva: no sólo se juzga que algo está mal según los principios éticos, sino que se subraya la reacción personal, incluso corporal, ante esa conculcación de lo que debe ser respetado. Lo moralmente repugnante nos produce desaprobación, desde luego, pero también una sensación casi pringosa de bajeza, de mezquindad, de cicatería maligna. El asco moral no lo sentimos frente a lo horroroso, sino ante lo miserable. Por ejemplo, dudo que alguien defina como 'asco' lo que nota cuando está siendo bombardeado por un agresor injusto o cuando un psicópata amenaza con un hacha a su hijo en la cuna: sentirá indignación, espanto, íntima sublevación ante lo que transgrede la armonía civilizada entre humanos..., pero asco propiamente, no. En cambio es, sin duda, asco (que no excluye la indignación ni la repulsa) lo que experimentamos ante la multinacional que se enriquece con la esclavitud laboral de niños o quien aprovecha la ruina de un terremoto para saquear la casa del vecino. Sobre todo sentimos asco al escuchar a los que pretenden justificar o minimizar estas fechorías en nombre de cualquier razonamiento utilitario.

Por eso no me parece muy acertado que el lehendakari Ibarretxe llegue a la conclusión de que ante los crímenes y la perpetua amenaza de ETA la sociedad vasca siente 'asco'. Incluso le diría que sentir asco ante ETA es casi un privilegio, porque los amenazados de muerte por la banda terrorista no se lo pueden permitir: están demasiado concernidos por la preocupación personal y familiar, por el miedo al día a día, por la justa cólera al verse privados de sus derechos cívicos fundamentales, como para sentirse asqueados. El asco es fruto del desprecio y uno no puede despreciar lo que está a punto de matarte o mata a otros cerca de ti. La barbarie política criminal no es repulsiva, sino aterradora e intolerable. En cambio resulta repugnante, es decir, asqueroso, comprenderla, justificarla, inhibirse ante ella para evitar problemas y sobre todo lamentarla patéticamente sin hacer nada realmente efectivo para perseguirla y castigarla. De aprovecharse de ella para sacar adelante proyectos políticos propios casualmente coincidentes con los de los bárbaros, prefiero no hablar.

Me temo que motivos de asco moral no faltan, ni mucho menos, en la sociedad vasca, aunque no sea precisamente ETA quien los proporcione. Como el asco tiene un componente subjetivo ya indicado, voy a indicar dos casos en que yo mismo lo he sentido recientemente. Número uno: en la misma mañana del atentado, pocas horas antes del coche bomba que mató a dos personas (una de ellas una personita de siete años) y dañó la integridad física y las haciendas de muchos más, las playas de San Sebastián servían de marco obligado a una exhibición de pancartas y panfletos a favor de los presos de ETA, cuyo regreso a casa, así como el de los 'huidos' (supongo que entre éstos se encuentran quienes pusieron el coche bomba), solicitaban un puñado de manifestantes ondeando ikurriñas. A mí me asquea ver la enseña autonómica monopolizada por tales manos, así como que se hable en los medios de comunicación públicos de presos 'vascos' para aludir a quienes no están en chirona por su origen, sino por sus delitos. Y aún me repugna más recordar que nunca he visto en las playas una manifestación semejante, ikurriñas incluidas, pidiendo la persecución y condena de ETA, la defensa de los amenazados y sus ideas, la solidaridad con las víctimas. Sólo protestan así de vez en cuando, arrostrando todo tipo de descalificaciones por 'crispadores' y corriendo riesgo de muerte, los miembros de algunos grupos cívicos de esos que Anasagasti considera financiados por el Ministerio de Interior. Los nacionalistas, a lo más que llegan es a decirle a ETA que 'sobra' y que se 'disuelva', como si fuera una ONG descarriada y algo testaruda. Qué asquito, ¿no?

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Número dos: lo que veo y oigo en el teleberri de ETB2 al día siguiente del atentado. Como la colonia vasca en Santa Pola es muy numerosa (hablan de unas dos mil personas, entre veraneantes, residentes y comerciantes), ETB decide hacerles un reportaje. Ingenuo de mí, creí que les cuestionarían sobre el vil atentado que había destrozado a sus amables convecinos, que tan sociablemente les acogen y de cuyo dinerito algunos de ellos viven; incluso que les darían ocasión para que mostrasen su lógica vergüenza de vascos al oír el nombre de su tierra mezclado en la legitimación de semejantes salvajadas. Pues, como siempre, me equivoqué.

Lo que les preguntaron es si se sentían discriminados en su entorno y si suponían que el coche bomba podía perjudicar la buena marcha de sus negocios. Para mí tranquilidad, me enteré de que allí nadie les discrimina ni mira mal... lo que era de suponer dada la cantidad de vascos que eligen esa residencia. El dueño de un bar reconoció que el atentado no les beneficia, aunque tampoco se puede decir todavía si va a perjudicarles. ¡Qué alivio! El propietario de otro comedero, no menos decorado con banderines deportivos y fotos regionales, admitió con resignación que a veces hay alguno que le pregunta '¿qué te ha parecido lo de la niña?' y cosas semejantes porque, como él mismo dijo, 'siempre los hay graciosos'. Pero vamos, la sangre nunca llega al río... salvo en el cuartel de la Guardia Civil. Si la palabra 'gentuza' no es la más adecuada para calificar al entrevistador y al entrevistado, confieso que ahora a mí no se me ocurre otra. Por cierto, parece que a ETB se le ha escapado la ocasión de hacer un reportaje semejante en el restaurante español del Temple Bar de Dublín, donde el pasado fin de semana cometieron destrozos unas cuarenta bestias juveniles de la especie abertzale que venían de celebrar un akelarre con sus colegas irlandeses. Resultaron contusionados los dos cocineros del local... casualmente vascos.

Uno de los tópicos más repetidos sobre Euskadi es que la sociedad está sana, pero los políticos no son capaces de de ponerse de acuerdo. Bueno, si ésta es una sociedad sana, ojalá que no me toque nunca vivir en una enferma. Puede que la sociedad vasca sienta asco frente a ETA como asegura el lehendakari (me refiero, claro, a la parte de la sociedad vasca no directamente amenazada por el terrorismo todavía, los nacionalistas a los que Ibarretxe representa y en cuyo beneficio gestiona esta comunidad). Lo que entonces cabe preguntarse es qué sienten exactamente el setenta por ciento de los vascos, los cuales, según las encuestas, jamás se han movilizado políticamente para mostrar su repulsa al terrorismo, cuando se miran cada mañana al espejo.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_