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Columna
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Casacampo

La Casa de Campo, uno de los mejores espacios naturales dentro de un conjunto urbano que existen en el mundo, está hecha, como se dice, una pena. Se ha convertido en carretera y diariamente pasan por ella más de sesenta mil coches. De día y de noche el parque es un prostíbulo, lo que quita a muchos madrileños y a los que viven en sus proximidades el gusto de salir a merendar o dar un paseo.

Ahora, la candidata socialista a la alcaldía, Trinidad Jiménez, ha sido la primera en sacar a relucir esta vergüenza de Madrid. Propone restringir el tráfico, pero no parece dar el paso que resolvería la denigración del espacio y es impedir que los conductores tomen la Casa de Campo como camino para ir a otro sitio. También propone que, en vez de autobús, se pongan tranvías para transporte interno y trenecitos eléctricos, dice, con riesgo de añadirle un toque cursi.

El Museo del Prado y la Casa de Campo son las dos verdaderas joyas de Madrid. Pero, mientras nadie duda que lo sea el primero, no son muchos los que reconocen ese valor a la segunda. Tal vez sea por pura familiaridad, pero no llegamos a ver una joya en lo que empezó siendo un jardín en el siglo XVI y se convirtió en Real Sitio para cazadero real. Intervinieron en su construcción arquitectos como Juan Bautista de Toledo y el jardinero Jerónimo de Algora, Juan Gómez de Mora, Sabatini o Villanueva.

En 1931, la República, apenas proclamada, procedió a la incautación de los bienes que habían sido de la Corona y cedió la Casa de Campo al Ayuntamiento de Madrid 'para solaz y recreo de los vecinos'. Franco hizo lo contrario: devolvió la propiedad al Estado, aunque no tuvo más remedio que dejar el usufructo a la ciudad. Lo que faltaría ahora es que fuera la indiferencia de la gente y la desidia de sus ayuntamientos las que dejaran perder este prodigioso espacio de una riquísima variedad vegetal. Miren si no lo que pregonaban las mujeres que vendían por las calles lilas de la Casa de Campo: 'Un jardín traigo en el brazo, el mejor que hay en España. ¡Pedid la flor más extraña, que la tengo en mi capazo!'.

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