_
_
_
_

Payo bueno, payo malo

Cada verano hay alguien que triunfa en las discotecas y chiringuitos con una canción más o menos borde. Este año, los turistas de nuestro país van a bailar con un grupo de niñas prefabricado ya desde el mismo nombre: se llaman, sin pudor alguno, Las Ketchup y cantan una canción de título oscuro: Aserejé. Por primera vez en la historia, la canción del verano no contiene las palabras sol, ni playa, ni amor. De hecho se trata de una rumbita pegadiza, y si uno escucha la letra recuerda esos ejercicios de poesía fonética que tanto gustaban a J. V. Foix; dice así el estribillo: 'Aserejé, ja deje tejebe tude jebere seiunoba majabi an de bugui an de buididipí'. En realidad, el tema quiere rendir un dudoso homenaje al llamado primer rap de la historia, Rapper's delight, que interpretaron los norteamericanos Sugarhill Gang en 1979. En la canción, unos tipos tomaban un ritmo de Chic, otro grupo de moda, y empezaban a hablar encima a toda pastilla, frases y más frases incomprensibles que se iniciaban, es cierto, con algo parecido a un 'Aserejé' (en realidad era 'I said a hip hop a hippie hippie' y etcétera).

Gato Pérez llegó de Argentina para descubrir la rumba catalana en Gràcia
El Payo Malo canta un mantra que viaja de la crítica social al hedonismo de barrio
Más información
DE LA RUMBA CATALANA AL 'HIP HOP' LOCAL

En otoño de 1979 yo compré el single de Rapper's delight y suspiré por la versión maxisingle, nueve minutos de la misma tonadilla que no estaban al alcance de mi bolsillo. En la carátula del disco habían traducido el título y para mí, pues, la canción se llamaba El gozo del rollista. Tuvieron que pasar muchos años hasta que los rollistas fueron en realidad raperos. Unos meses antes, ese mismo año, había aparecido Romesco, el segundo disco de un rumbero especial, Gato Pérez. Es un tren que en ese momento no cogí, pero escucho ahora esas canciones y puedo imaginarme, con cierta envidia, cómo su ritmo contagioso recorría ese verano Barcelona.

Gato Pérez había llegado de Argentina para descubrir la esencia de la rumba catalana en las calles del barrio de Gràcia -un payo entre gitanos- y, como ellos, alternaba las letras en catalán y en castellano para hablar de temas garbosos. Cantaba, por ejemplo, en El ventilador: 'El secreto de la máquina, | está en el ventilador | que mercachifles y marineros | trajeron de Caribe y de Ecuador. | Juntaron rumba y flamenco | y le dieron nuevo sabor | al ritmo de los gitanos | de Somorrostro hasta Mataró'. A menudo los tópicos tienen un fondo de verdad irrefutable: como los dibujos de Nazario o de Mariscal, como las canciones de Sisa o los cuadros de Ocaña o la barra del Zeleste, como las correrías del cura Flavià o el actor Pepe Rubianes, las rumbas de Gato Pérez forman parte del imaginario colectivo de toda una época. El Gato murió joven, se lo llevó un mal tic-tac en 1990, y en cierta forma su muerte dio carpetazo a todo un mundo. A menudo, al recordarlo, ese universo aparece envuelto por un tintineo de leyenda de charlatán, pero basta escuchar Se fuerza la máquina, Gitanitos y morenos o Tiene tumbao para revivir al instante el sabor agridulce de esos días: porque también, de vez en cuando, les llegaban noches ruines.

Los años ochenta se gastaron en locales de diseño frío y apogeo del metacrilato, y en los noventa se retomaron los ritmos calientes. La parte lúdica eran Los Manolos versionando a los Beatles, pero en el extrarradio, donde los autos de choque se instalan para más días y son más baratos, se empezaba a cocer un fenómeno musical: los futuros rollistas que en 1979 escuchaban seguramente al Gato son hoy en día todo un contingente de raperos y rapsodas del verso violento. El seísmo del hip hop en Cataluña llega especialmente a Terrassa (Sólo los Solo), a Girona (Ari, Geronación) y tuvo el epicentro en El Prat del Llobregat. De allí eran Eat Meat, los primeros, y sobre todo 7 Notas 7 Colores, que abrieron mercado.

Sin embargo, la última voz voraz visible ha sido la de El Payo Malo, alias de José Antonio Abril, nacido en Granada y que vive en Terrassa, donde ya antes había colaborado con Sólo los Solo. Empezó cantando en el colectivo Funkomuna y el año pasado sacó su primer disco, Con tierra en los bolsillos, donde se escuchan ritmos sureños y árabes. Cuando se suelta la lengua, El Payo Malo desenrolla un mantra cargado de rimas que viaja de la crítica social al más puro hedonismo de barrio (drogas, coches, ritmos, juegos). En La play recita (muy rápido): 'Mi misión triunfar afuera, como Antonio Banderas, en carretera primera se espera que no hay manera de ganarme ya, quieres echarme el lazo, tengo clase y paso, tengo el mando paso, no hay éxito o fracaso. Me llaman mi novia, mi madre y mis amigos, y a todos les digo que me quedo en casa jugando a la Play, ya te digo, me ha fichao el Madrid y han echao a Figo, la Champions League es para mí, ya te digo...'. Doce segundos de vida cotidiana que confirman que han pasado los años, pero que siguen existiendo quienes cantan a contrapelo de los demás, a su aire.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_