¿DE QUÉ ME SUENA ESTE ARTÍCULO?
Casi todo el mundo ha experimentado el déjà vu al menos una vez en su vida. Visitamos por primera vez una ciudad extraña y, de pronto, a la vuelta de una esquina nunca antes doblada, aparece una calle en la que evidentemente ya habíamos estado. El déjà vu puede asaltarnos también al ver la cara de un desconocido, al atisbar una conversación ajena o en cualquier situación nueva que, por razones incomprensibles, nos remita a episodios en apariencia familiares. Qué extraño es todo esto, que diría el profesor Jiménez del Oso.
Shelley, Dickens, Tolstoi y Proust escribieron páginas brillantes sobre el desconcertante déjà vu, pero los verdaderos forofos de este fenómeno han sido siempre los psicoanalistas, ya que Freud creyó ver en él una ventana entreabierta a las fantasías del subconsciente (una teoría que posee el aire inequívoco de un déjà vu freudiano, desde luego). Si a uno le resulta familiar un paisaje que nunca había visto antes, lo más probable es que esté enamorado de su prima, y cosas así. La neurobiología contemporánea, por desgracia, está explorando otras avenidas menos románticas.
El psiquiatra Herman Sno, del hospital De Heel de Amsterdam, ha estudiado a fondo el asunto en los últimos años y ha llegado a convencerse de que el déjà vu no es más que un reflejo del extravagante modo en que el cerebro almacena las memorias. Según Sno, la memoria de un objeto está descompuesta en miles de sectores en el cerebro, y cada uno de esos sectores contiene el recuerdo completo. Eso sí, cuanto menor es el sector, más borroso es el recuerdo. La calle que acabamos de ver por primera vez en una ciudad extraña se descompone en seguida en sectores dentro de nuestro cerebro, y un sector pequeño y borroso cuadra muy bien con otro sector pequeño y borroso de otra calle archivada en nuestra memoria. Por eso experimentamos un déjà vu. No sé qué diría de esto Jiménez del Oso, pero no deja de ser una idea de apariencia respetable.
El psicólogo James Lampinen, de la Universidad de Arkansas, ha propuesto recientemente (www.sciam.com, 13 de mayo) una explicación alternativa. Según él, que una escena sea exactamente igual que otra escena del pasado tiene el mismo efecto en la mente que si se parece vagamente a muchas escenas del pasado. Es decir, que la caza del ciervo que decora el salón de su cuñado no es en realidad un escandaloso plagio, sino una simple vulgaridad: no se parece mucho a un solo cuadro, sino un poco a cien mil cuadros.
Lampinen propone (con otras palabras) el siguiente ejemplo: Un policía le muestra unos retratos de diez familiares del célebre Gato, un ladrón de joyas al que nadie ha visto la cara. Al salir de la comisaría, se cruza usted casualmente con el verdadero Gato y piensa que su cara le resulta conocida, a pesar de que nunca le había visto: un déjà vu. La explicación del fenómeno, en este caso, es que todos los familiares del Gato se parecen un poco al Gato, y su cerebro ha sumado todos esos vagos parecidos en un solo recuerdo abstracto que, ahora sí, es muy similar al célebre ladrón de joyas.
Del mismo modo, si uno vive en España, lo que ve a su alrededor son personas muy distintas, sin que sus caras se ajusten a ninguna pauta aparente. Pero si viaja a Oxford, reconocerá a un español a veinte metros de distancia (y no sólo por el volumen de su voz). La suma, o el promedio, de las caras que ha visto en España durante toda su vida casará bastante bien con el desconocido español recién hallado en Oxford. He elegido Oxford como ejemplo porque Javier Marías narraba un episodio parecido en su novela Todas las almas, ambientada en esa ciudad británica, aunque su hipótesis favorita para explicar el fenómeno era que los españoles exhiben una peculiar e indescriptible caída de pantalones, única en el mundo.
Todas las anteriores teorías, incluida la de Freud, asumen que algo hay de real en el déjà vu, es decir, que el fenómeno ocurre porque la escena recién encontrada guarda alguna relación, por vaga y difusa que sea, con un episodio del pasado, o con el promedio de muchos episodios del pasado. Pero especialistas como Josef Spatt, del Hospital Neurológico Rosenhügel de Viena, piensan que el déjà vu no tiene nada que ver con el pasado. Normalmente, la sensación de que algo resulta familiar se debe, como cualquier experiencia mental, a la activación de ciertas redes neuronales en el cerebro de quien experimenta la sensación. Y esas redes se activan en ocasiones de manera incorrecta, es decir, se asocian a una experiencia que en realidad no tiene nada de familiar. En algunos pacientes epilépticos, el déjà vu anuncia a menudo que se aproxima un ataque.
ENRIQUE FLORES
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